Crónica de un niño solo
Decir que esta nueva producción de los hermanos Luc y Jean Pierre Dardenne, gratificados por este filme con el gran premio del jurado en el Festival de Cannes, no es de lo mejor de su carrera no significa que no este muy por encima de la media en cuanto a los títulos que se realizan, o al menos se estrenan año tras año en la cartelera Argentina. Ni tampoco esta diciendo que no sea una buena película.
¿Porque razón planteo esta cuestión de comparación con sus anteriores realizaciones? Es que parece casi inevitable establecer relaciones con sus obras anteriores, principalmente con “El Niño” (2005), ganadora también de la Palma de Oro en Cannes, al igual que “Rosseta” (1999), que para quien escribe es, a la postre, la mejor creación del dúo de hermanos.
El punto es que llevan al extremo la estética, la estructura narrativa y los intereses sociales anclados mayormente en la niñez, temas revelados en cada una de sus producciones.
Posiblemente se puedan vislumbrar notorias diferencias argumentales pero, además de centrarse casi siempre en temas relacionados a padre e hijos, la puesta en escena, la utilización y los movimientos de la cámara, los planos elegidos y el diseño de montaje dan cuenta casi de una continuidad, no sólo estilística sino narrativa. Como llevando al extremo ese casi axioma que reza que los creativos están siempre constituyendo una misma obra toda su vida.
La historia actual hace foco en Cyril Catoul (Thomas Doret), un niño de once años que pasa sus días en un refugio público infantil, pero que no ha cesado de buscar a su padre que se alejó de él sin dejar rastros. En esta búsqueda constante, llamadas telefónicas infructuosas y fugas mediante, se cruza con Samantha (Cecile de France, quien se hará cargo de ayudarlo en esa búsqueda desamparada.
Guy (Jeremie Renier) es el padre, y no debe ser casual con anterioridad fue el protagonista de “El niño”, donde encarnaba a Bruno, un joven que no se puede hacer cargo de su hijo recién nacido. Aquí indefectiblemente, ante la incredulidad de Cyrill, da muestras de no amar a ese niño ni de tener intención alguna de criarlo.
Más allá de las infructuosas manifestaciones del infante nada se dice de la madre, y es aquí donde el personaje de Samantha toma cuerpo e importancia, al mismo tiempo que, al no estar justificado narrativamente ni plantee en momento alguno sus motivaciones, se pueda ver un tanto desdibujado y esto es lo que no cierre del todo en la construcción del personaje. Pero la actuación de Cecil de France, con muy pocos gestos, con compromiso corporal, alguna mirada, algún ahogo, una caricia, y hasta algún llanto, produzca en el espectador la verosimilitud necesaria.
Es un filme crudo, áspero, provocador, al igual que ese pequeño. Casi un grano en el peor lugar del cuerpo para tener uno que defenderse con uñas y dientes en procura de su deseo cuando el mundo adulto se interpone, léase los tutores del refugio, y/o hasta la mismísima Samantha elegida por él para que lo ayude.
A fuerza de desengaños deberá aprender que no puede cambiar a los otros, sólo aceptarlos, y comenzar a confiar en aquellos que le demuestren algo del afecto que nunca había recibido.
(*) Obra de Leonardo Favio, de 1965)