Un mundo donde todo es posible
El filme muestra la perfección en un relato puro y salvaje, que no puede hacer más que hacer pensar en un mundo peligroso y bello, donde todo es posible y en el que es necesario convivir.
Cyril ama su bicicleta, quizás porque es lo único a lo que puede aferrarse cuando sus demonios interiores lo asaltan y lo obligan a correr. Y ahora, en el hogar de acogida en que está refugiado, le dicen que su padre se fue sin dejar rastros. Cyril lo defiende porque no puede haberse ido sin dejarle su bicicleta. Y así con esa convicción o con la necesidad de que sea verdad, el chico de trece años emprende reiteradas huidas para encontrarlos. Cuando la bicicleta es rescatada por una benefactora de profesión peluquera que se interesa por él, Cyril sigue negando que haya sido su padre el que la vendió por unos pocos francos.
LA VIDA ES ASI
La realidad lo hará comprender que sí, su padre se fue, aunque esté cerca; que sí, su padre vendió la bicicleta para gastos de momentos y que sí, no quiere saber nada de él, simplemente porque no integra su mundo, "es demasiado para mí".
Y sí, hay padres por convicción y padres por accidente, la vida es así. El asunto es cómo reacciona un chico ante el desamor, ya despojado por la muerte de la figura materna. Y allí apunta el estilete estético Dardenne, estos hermanos directores que, recolectores de historias cotidianas de desamparo, corrupción y ausencia van fijando en imágenes, como Flaubert, la "Comedia de la Vida". Filme austero, amargo, sencillo, en que un chico puede arrojarse al crimen o pedalear hasta el infinito por la desesperación de quedarse solo en la vida.
"El chico de la bicicleta" es un filme Dardenne. Entomológico, despojado, donde se disecciona la soledad sin juzgar moralmente las situaciones, pero al que se incorpora la luminosidad de la ruta y el campo, la figura de la peluquera como un Arcángel salido de las películas de Wenders y tres ramalazos beethovianos (inhabitual la música en sus obras), que marcan la tragedia y que un memorioso puede vincular a un olvidado Bresson (Mouchette), afín a la estética de los hermanos belgas.
Nuevamente la perfección en un relato puro y salvaje, que no puede hacer más que hacer pensar en un mundo peligroso y bello, donde todo es posible y en el que es necesario convivir.