La crisis y la oportunidad
Los hermanos Dardenne (Jean-Pierre y Luc) son considerados maestros en el mundo cinéfilo y cuentan con gran aceptación en festivales y salas. Su estilo es muy definido y reconocido. En “El chico de la bicicleta” insisten con su tema predilecto: la infancia en problemas. Podría decirse que los directores belgas son expertos en la problemática infanto-juvenil, a la que aportan una mirada tensa, cruda pero a la vez contenedora. Entre sus películas más famosas se destacan “Rosetta”, “El hijo”, “El niño” y “El silencio de Lorna”.
En esta oportunidad, el protagonista es Cyril, un chico de once años, quien ha sido abandonado por su padre en un internado para menores.
La película comienza mostrando al pequeño aferrado a un teléfono, intentando comunicarse con su papá, quien había prometido volver a buscarlo al cabo de un mes y en cambio ha desaparecido.
A partir de esa escena tensa en la que su tutor trata de hacerlo entrar en razón, el jovencito comienza una búsqueda desesperada y actúa como un animalito acorralado que sólo quiere liberarse. Es así que se escapa del instituto y acude al edificio donde vivía hasta hace poco con su progenitor y se muestra muy ansioso por saber qué fue de él y también, casi en igual grado de importancia, dónde está su bicicleta.
En el edificio apela a argucias y picardías para conseguir que le abran la puerta y así verificar que el departamento del quinto piso que había sido su hogar, está vacío y no hay señas ni del padre ni de la bicicleta, ni siquiera una dirección o un teléfono donde ubicarlo.
Pronto llega el tutor a buscarlo y Cyril se refugia en el consultorio de un médico, donde se produce un forcejeo y el chico se aferra a una paciente con desesperación. Así es como conoce a Samantha, una joven peluquera del barrio, quien se conmueve por la situación del chico y se encarga de recuperar su bicicleta.
A partir de entonces, ambos se adoptan mutuamente. Cyril le pide que lo lleve con ella los fines de semana y la mujer acepta. Pero las cosas no serán tan fáciles.
El muchachito tiene problemas de conducta, sigue actuando como un animalito salvaje y herido, y tiene una idea fija: encontrar a su padre. Finalmente, lo consigue, pero de ese reencuentro saldrá más lastimado porque el hombre, joven y con problemas económicos, no quiere hacerse cargo de su hijo.
La cámara de los Dardenne sigue las peripecias de Cyril con pulso nervioso, para registrar el difícil proceso de duelo y adaptación a la nueva situación al que se ve sometido. Abandonado en un internado, con un padre que prefiere no verlo, una madre ausente a la que ni siquiera se menciona, una desconocida que hace las veces de madre sustituta, sin que se sepa tampoco mucho de este personaje solitario, y un mundo hostil siempre acechante. Pronto, el chico se verá implicado en problemas debido a la mala influencia de una pandilla de delincuentes juveniles. Y allí estará otra vez Samantha rescatándolo y ayudándolo a reconciliarse con el entorno social, aceptando las reglas de juego.
Como un toque de gracia
La película no explica nada, ni el antes ni el después de los hechos que muestra, solamente toma una secuencia de acontecimientos en un breve lapso en el que se produce ese quiebre en la vida del pequeño, pero a la vez, se abre otra instancia que le permite comenzar una nueva vida y no solamente parece haber encontrado la ayuda apropiada, sino que ha aprendido a ganársela.
Si bien el final es abierto, se percibe cierto optimismo, como un toque de gracia que dice que no hay que bajar los brazos porque siempre puede haber alguien en quien confiar.
El pequeño actor Thomas Doret compone un Cyril verdaderamente vibrante y conmovedor, y está acompañado por una destacada actriz como Cécile de France, en el papel de Samantha, y el también reconocido intérprete Jérémie Renier, como su esquivo padre, quienes aportan su calidad profesional al relato.