Una política amorosa
El cine importante sigue viviendo lejos de las carteleras comerciales cordobesas: septiembre será un mes cinéfilo gracias a la amplia oferta que ofrece el circuito de exhibición alternativo de la ciudad, cada vez más firme, exigente y heterogéneo. Una de las citas imperdibles ocurrirá de hoy al domingo, ya que el Cine Teatro Córdoba (27 de abril 275) volverá a estrenar “El chico de la bicicleta”, triunfal regreso de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne a la actividad (distinguido con el Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes 2011), que sin dudas está entre las mejores películas del año. Filme social y político por naturaleza, como las mejores obras de los directores belgas, “El chico de la bicicleta” constituye una síntesis virtuosa de su cine, una película que reelabora y actualiza sus formas y temas clásicos, como si fuera otro capítulo de una misma pieza en continua elaboración. El desamparo volverá a tener aquí rostro de niño: el prometedor Thomas Doret interpreta a Cyril, motor incombustible del filme (emulo sin duda del Antoine Doinel de “Los 400 golpes”), que protagonizará una verdadera odisea de maduración y autoconocimiento.
El primer signo semántico será sonoro: en fondo negro, mientras pasan los títulos, se escuchan las voces de niños jugando. Cuando se abra el plano veremos empero a Cyril aferrado obstinadamente a un teléfono en el que sólo se escucha el aviso de que la línea está desconectada, mientras sus tutores lo intentan convencer de que nadie lo atenderá. Ocurre que Cyril quiere contactar a su padre, que aparentemente se ha mudado sin dar aviso ni devolverle su bicicleta: no se trata de un capricho de niño, es su desesperación natural por evitar el abandono. Como suele suceder con los personajes de los hermanos belgas, Cyril tiene una voluntad de hierro que lo llevará a escaparse cuantas veces sea necesario para encontrar a su padre, aunque antes se topará con una peluquera llamada Samantha (la bella Cécile De France) que primero intentará ayudarlo y luego se convertirá en su tutora, una posible madre sustituta. Pero ni Cyril ni su vida son sencillas: como a los desplazados del sistema, el mundo suele recibirlo con violencia y agresiones; y a sus jóvenes once años ha aprendido a contestar de la misma manera. Cuando encuentre a su padre (interpretado por el actor fetiche de los Dardenne: Jérémie Renier, con lo que se puede establecer un lazo con las películas anteriores de los directores, sobre todo “El niño”), confirmará sus peores miedos, aunque esta vez tendrá a Samantha para ayudarlo. Aparecerá empero un riesgo frecuente en su estrato social, un malhechor del barrio que intentará tentarlo para trabajar a sus órdenes, y Cyril en su entusiasmo juvenil no sabrá distinguir los peligros que implica el convite.
Epica de aprendizaje y aceptación, “El chico de la bicicleta” tiene al fin un optimismo moderado que implica una pequeña novedad en el cine de los Dardenne, aunque tampoco es que hayan renunciado a su rigurosidad: sólo ocurre que esta vez, la relación amorosa que suelen establecer con sus personajes se trasladará de forma lúcida a la trama (habrá una redención legítima y justificada en un cierre excepcional). No debe ser casual tampoco que aparezcan también aquí los primeros insertos musicales de su cine, unos breves fragmentos del segundo movimiento del Concierto para piano número 5 de Beethoven. Y es que ése afecto estuvo siempre presente en el cine de los hermanos, ya que el mismo dispositivo formal de sus películas lo implica: la cámara en mano y los planos secuencias pegados a sus protagonistas dominan nuevamente aquí el esquema narrativo, en una disposición formal que invita a relacionarnos con su mundo de un modo amoroso aún en la crudeza y la rispidez. Sólo desde ése lugar se puede narrar la vida de los desplazados, y aquí está la verdadera dimensión política de su cine, hecho de esperanza aún en el desencanto.
Por otro lado, vale dedicar unas líneas a un estreno que presentará desde hoy el Cineclub Municipal Hugo del Carril: Gabi on the roof in july es un buen ejemplo de un género prolífico aunque poco estrenado en nuestro país, el “mumblecore” (que viene de “mumbling”: musitar, farfullar, balbucear), que reúne a películas hechas por jóvenes norteamericanos con escaso presupuesto, narrando también la siempre problemática inserción en el mundo adulto. En el extremo opuesto de las películas de Larry Clark (Billy, Kids), lo que propone el mumblecore es una extrema honestidad en los medios y fines, sin ningún tipo de aditivo cool: aquí, el director Lawrence Michael Levine (también protagonista), narra las peripecias que vivirá un artista plástico en el agitado mundo cultural neoyorquino, cuando su hermana veinteañera (Sophia Takal, también productora y editora) llegue a su departamento para pasar el verano. Ocurre que la muchacha no quiere una vida ordinaria: rebelde y anarquista, además de proclamarse “antiartista”, Gabi se la pasa agitando y seduciendo al entorno social más próximo de su hermano. El resultado será una espiral de tensión ascendente que involucrará al propio protagonista, que también carga con sus dilemas y sus propias fantasías. Filmada con una urgencia y una frescura dignas de su género, “Gabi on the roof in july” es una comedia de maduración con la suficiente lucidez como para no hacer de los excesos una estética vacía: un filme provocador que trata a la juventud con altura y estima; algo que no es poco en los días que vivimos.
Por Martín Iparraguirre