Uno de los estrenos más extraños en mucho tiempo ocurre el último jueves de 2013, como si no hubiera alcanzado con todo lo que pasó en otros niveles de la vida argentina. Para empezar es Húngara. Difícil recodar cuando fue la última de ese país estrenada comercialmente entre nosotros. Para seguir, es distribuida por Cinemátiko, una empresa que promete hacer jugadas como ésta el año que viene.
“El ciclo infinito”, filmada digitalmente casi en su totalidad, oscila finamente entre la nobleza de asumir riesgos y la presuntuosidad de querer ser deliberadamente conceptual.
Como todo argumento, porque está lejos de la estructura narrativa convencional, podemos decir que Jack es una especie de astronauta que, luego de llegar a una terraza, busca completar una misión cuyo monitoreo e instrucciones va recibiendo a través de un intercomunicador. En ese recorrido se encuentra con “alguien” que lo va (des)orientando, además de avisarle que una niebla que lo cubre y destroza todo se está acercando a ellos y hay que correr. Corre (todo el tiempo se corre mucho) hasta el punto de partida. Todo vuelve a empezar como le pasaba a Sísifo con su piedra. La comparación no es casual porque es en ese momento en el que se produce el absurdo de estar corriendo en pos de una supuesta misión (de la que nunca nos enteraremos), a la vez que se huye de un peligro inminente y visible. La diferencia con Sísifo es que a medida que los ciclos se van cumpliendo pequeñas cosas se van modificando para llegar a construir una posible realidad paralela, cuando aparece un personaje antagónico que pretende una aniquilación total de la existencia.
“El ciclo infinito” propone convertirse en una metáfora del ciclo de la vida en donde la niebla representaría los miedos latentes, la amenaza de colapso mental y, por qué no, el sistema fagocitándose todo a su paso. Acaso el antagónico podría ser el anti-sistema fracasando en cada intento de revolución. Todo enmarcado en una ausencia de luz casi total. Oscurísima. Este mundo está sumido en un negro constante en donde apenas se vislumbran luces lejanas de una ciudad (da la sensación que querían otra cosa, pero se nota), y alguna que otra lumbre que nunca sabemos de dónde viene. Además es en 3D con lo cual la experiencia visual se acrecienta porque el realizador no da tregua ni concesiones. En efecto, Zóltan Sóstai (hombre que proviene del mundo del diseño de videojuegos) plantea su película de animación desde un punto de vista por momentos en primera, y por otros en tercera persona, según qué parte del recorrido de Jack se esté retratando.
Por cierto, esta interpretación de la obra va por cuenta de quién escribe. Es apenas un boceto de las diferentes lecturas posibles que ofrece la película, pero todas y cada una de ellas dependerá de la buena predisposición del espectador para ver algo conceptual, metafórico, y por qué no filosófico.