El frágil límite de lo real y lo virtual
Aun con más fallas que aciertos, el director de origen húngaro Zoltan Sostai le propone al espectador un desafío, planteando una fantasía que basa su andamiaje en la teoría cuántica e incorpora referencias a la filosofía clásica.
Grosso modo, El ciclo infinito, de Zoltan Sostai, asume el riesgo de probar un camino narrativo distinto, extraño, proponiendo al espectador un desafío, aunque el resultado final no sea del todo satisfactorio. Sin embargo, la búsqueda, el hecho de no conformarse con la repetición de simples fórmulas, es un mérito en sí mismo, más allá del éxito o el fracaso posterior.
Para empezar, contar una historia de ciencia ficción intentando dialogar con películas como 2001: odisea del espacio, de Stanley Kubrick, o la primera Matrix de los hermanos Wachowski, planteando una fantasía que basa su andamiaje en la teoría cuántica e incorpora claras referencias a la filosofía clásica, ciertamente es una tarea riesgosa e interesante en los papeles. Y por ahí anda Sostai, quien comienza el relato citando el Principio de Church-Turing-Deutsch, que afirma que “Todos los sistemas físicos finitos comprensibles pueden ser simulados por una máquina de computación universal que opere en pasos finitos”. El director de origen húngaro intenta tomar al pie de la letra la teoría enunciada como excusa para la historia que cuenta en su ópera prima, una rara película animada de ciencia ficción.
La acción comienza durante la noche en una terraza, donde un astronauta despierta aturdido y un hombre enmascarado lo alerta sobre una “niebla” que viene a llevarse todo. Sin entender, el astronauta corre y entra en el edificio. Pero ya dentro se encuentra dentro de un ciclo de infinitas realidades, en el que no termina de saber en dónde se encuentra el límite que separa lo virtual de lo real. De a poco irá enterándose de que se encuentra en una misión para desactivar una máquina cuántica que causó ese enredo de realidades. Así como el monolito representaba la brutal irrupción de un futuro inevitable para los primates de 2001, El ciclo infinito pretende imponer a su máquina como el final de un camino en el que las vidas virtuales van quitándole entidad a la vida física. De algún modo se pone en duda la humanidad de las existencias virtuales de la vida moderna, llevándolas al extremo de la alienación. Un nuevo futuro (y un nuevo horror) para la humanidad, del que en la película parece no haber salida. Salvo, tal vez, que el protagonista hubiera probado jugando al Ta Te Ti como Mathew Broderick en Juegos de Guerra, otra película en la que una máquina se volvía loca como en la de Kubrick, la de los Wachowski y la de Sostai.
El ciclo infinito es una película animada cuyo tratamiento estético por momentos parece de avanzada y en otros realmente pobre. El rostro del protagonista, por ejemplo, carece de expresión, algo que parece consecuencia de un presupuesto bajo antes que un detalle de diseño. A favor puede decirse que se trata de la primera película que consigue replicar el estilo de narración de los videojuegos. Sin dudas El ciclo infinito tiene más fallas que aciertos, pero eso no significa que haya que meterla en la bolsa de las películas malas, caprichosas o realizadas con desidia por cineastas mediocres, para quienes el riesgo es un ítem que nunca entra en la lista de prioridades. Una experiencia que vale la pena atravesar.