Metafísica de un videojuego
Mezcla de RPG, fábula kafkiana y ciencia ficción tradicional, El ciclo infinito (Cycle, 2013) retoma la idea de Tron (1982), pero le agrega reflexión y enigma.
Como en un videojuego de rol, Jack, el protagonista de El ciclo infinito, está atravesado por el enigma, por la falta de información: acaba de despertar en la terraza de un edificio desconocido y no sabe qué es lo que sucede a su alrededor. Para su bien, aparecen unos informantes: un hombre con una máscara y un viejo misterioso. Sin embargo, no parecen ayudarlo mucho, le hablan de una Niebla, de una Cueva, nada demasiado concreto. Como aclara el sitio web de la película, y el mismo Zoltan Sostai en todas las entrevistas, esta es una película para los que estén “más interesados en las preguntas que en las respuestas”.
Al igual que los datos, los paisajes que atraviesa Jack son desconcertantes: una avenida interminable, una estación lunar, un campo con casas bajas, incluso una fiesta. Por suerte, a medida que la película avanza, las informaciones, los contextos, se van haciendo un poco más concretos. Entendemos que estamos en el fin del mundo, o al menos, de un mundo. Entendemos que la culpa la tiene una niebla, que devora todo lo que toca. Entendemos, sobre todo, que la trama de El ciclo infinito se maneja en varios niveles, y que cada uno de ellos transcurre en un paisaje diferente
Heredera de la ciencia ficción filosófica, El ciclo infinito mira tanto a Stanley Kubrick como a Andrei Tarkovski; a Matrix (1999) pero también a Béla Tarr. Los diálogos, en todos los casos fragmentarios, erráticos, funcionan menos para hacer avanzar a la trama que como reflexiones generales. Como Despertando a la vida (Waking life, 2001), la animación es una excusa para poner en escena los textos reflexivos. Pero si en la película de Richard Linklater la reflexión apuntaba a la vida cotidiana, en El ciclo infinito los textos abordan la matemática, la virtualidad, la informática: entre los diálogos de los personajes encontramos ideas de Kurt Gödel y de Alan Turing, dos matemáticos considerados padres de la ciencia de la computación.
La animación es atractiva, correcta. Sin embargo, por momentos pierde la verosimilitud, por ejemplo al momento de retratar a Jack, notablemente parecido a Quan Chi, personaje de Mortal Kombat. Los momentos en que el director apuesta al realismo (que incluyen, por ejemplo, la simulación de la cámara en mano siguiendo a los personajes, con sus movimientos bruscos) son mucho menos eficaces comparados con las escenas en las que construye su propio universo, en los que crea una atmósfera propia, alejada de la necesidad del realismo. Otro acierto es la música: además de los sonidos ambientales, la banda sonora incluye canciones de Jean-Michelle Jarre y Tangerine Dream.
Con algunas fallas técnicas mínimas, El ciclo infinito hace del texto y de la reflexión sus puntos fuertes. Si Solaris (1972) fue, alguna vez, la respuesta soviética para 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odissey, 1969), El ciclo infinito puede verse como la respuesta de Europa del Este a Tron.