Cura en la oscuridad
En la primera escena el Padre Pablo (Juan Minujín) entra a un penal en medio de un motín para darle la extremaunción a un preso moribundo a pedido de otro preso que se llama Angel (una metáfora algo obvia que podía haberse evitado). La escena está lejos del realismo carcelario: sólo tres personajes en una habitación y un diálogo más inteligente que factible.
En esa escena se cifran las virtudes y los defectos de El cielo elegido : diálogos cuidadosamente construidos, inteligentes, interesantes, que aluden al tema de la fe y de Dios, pero que terminan por abrumar y restar frescura a una película correcta y prolija que se extiende demasiado, algo más de dos horas.
La visita del Padre Pablo a la cárcel es el breve prólogo en el que el joven cura empieza a ingresar de a poco en la oscuridad (literal, gracias a la buena fotografía de Rodrigo Pulpeiro). Pronto entran en la historia el Padre Claudio (Osvaldo Bonet), un cínico cura paralítico que duda de la existencia de Dios y, mucho más, de las bondades de la institución eclesiástica; y el Padre Orbe (Osmar Núñez), más tradicional, pero que esconde secretos inconfesables.
Así, la primera mitad de la película se sigue con interés, sobre todo gracias a unos diálogos filosos y un trabajo genial de Bonet. Es una visión ácida de la Iglesia -de la cotidianeidad de los sacerdotes- que no cae en la denuncia simplista y obvia sino que la observa con perspicacia, desde adentro.
Pero después viene el punto de giro: un hecho sangriento que conviene no adelantar -aunque puede verse, inexplicablemente, en el trailer-, algo forzado y muy poco verosímil, que termina de sumergir a Pablo en el Infierno. Entra ahí el personaje de Ceci (Jimena Anganuzzi), que despertará en el protagonista -previsiblemente- el deseo carnal. Ahí empieza otra película, menos dialogada y más convencional.
El cielo elegido es una película singular y esmerada, que aborda el tema de la Iglesia y de la fe de una manera original y profunda, pero que termina diluyéndose en un thriller un poco rústico. Con todos sus defectos, tiene un par de virtudes inolvidables: el trabajo -y el personaje- de Bonet y esa escena en la que Héctor Díaz les da clases de marketing a los curas.