Durante buena parte de su metraje, El Cielo Elegido es una película que funciona. Hay un juego de relaciones entre tres sacerdotes que se desarrolla en locaciones que son difíciles de encontrar en el cine nacional y, a sabiendas de esto, están bien aprovechadas. La fragilidad en la creencia del cura joven, interpretado por un correcto Juan Minujin que ha dado muestras de estar para más, se ve manipulada por dos opuestos que lo quieren para cada lado: el Padre Orbe, un frío Osmar Núñez de quien se obtiene lo mismo que del anterior, y el Padre Claudio, con la de Osvaldo Bonet como la caracterización más fresca, honesta y cautivadora que se encuentra. De los intereses cruzados y la duda, nace una historia marcada a fuego por la fe que no adopta una postura adoctrinadora, sino que la emplea a su favor para construir un buen relato de suspenso.
Cuando un film se sostiene sobre un trípode de personajes donde hay una pata más sólida que las otras y, por necesidad del argumento, esta será apartada, es importante fortalecer las dos restantes para que la estructura no acabe por derrumbarse. Lo cierto es que, aún con los tres en escena, El Cielo Elegido da muestras de sus primeros tambaleos, los cuales no harán más que acrecentarse a partir de cierto punto hasta que todo el entramado colapse. El esperado cruce del trío se produce en el hogar de uno de los sacerdotes, un departamento antiguo que sigue en la línea de las excelentes locaciones dispuestas para la filmación. Si hasta ese momento los delirios místicos se mantenían a raya -con un diálogo entre el sacerdote más joven y el más anciano que ocultaba con su lógica lo que pronto iba a llegar- estos se propician a partir de esta cena.
El problema es que Víctor González pareciera haberse pasado su salida y luego no poder retomar el camino hasta que ya es demasiado tarde. Cuando parece que los créditos finales están al caer –tras un desenlace en apariencia trillado pero que se acepta como el adecuado-, el director tropieza con la misma piedra y encauza su desarrollo por la vía anterior, en la que no se entiende a sus personajes, sus motivaciones o sus creencias. Desde la mencionada reunión de los tres es que comienza a desperdiciarse uno de los logros mayores del guión de González y Huili Raffo: el acercamiento menos estructurado y más racional que se le dio a la fe, cae de bruces ante una tradición oscura y oculta que no hace más que fijar un rumbo confuso y errático hasta el cierre.