La historia es discutible pero logra interesar
Más conocido como director de fotografía («Picado fino», «El visitante», «Las mujeres llegan tarde», etc.), cada tanto Víctor González, alias Kino González, se da el gusto de hacer por su entera cuenta una película singular y medio provocadora. Por ejemplo, «GuachoAbel», su corto de estudiante por el que la intervención de ese momento lo echó de la escuela de cine. O el incómodo «Ciudad de Dios», que tuvo la desgracia de ser contemporáneo de «Cidade de Deus». Ahora presenta algo más curioso: una variante de cine negro con crímenes y sexo protagonizado por curas.
Según confiesa, su intención fue hacer una variante de las viejas historias donde un joven policía idealista se ve envuelto en la corrupción de sus jefes y colegas, hasta caer en el delito, con ellos o por cuenta propia. Pero siempre con alguna mujer poco recomendable al lado suyo. ¿Y qué mejor y más negro para esa variante de cine negro, que unos curas con sotana?
He aquí entonces la singular historia de un joven religioso en crisis vocacional, que se ve obligado a presenciar las discusiones capciosas de dos superiores, y tentado a aceptar las propuestas de uno de ellos, y de una chica confianzuda. El infeliz desbarranca, la película también, pero igual interesa. Detrás se plantean cuestiones de moral y libre albedrío, preguntas sobre la muchas veces incomprensible voluntad de Dios, problemas concretos para explicar a los simples esa incomprensible voluntad, o para entender lo que pasa dentro de algunas almas. Significativo, el prólogo en la cárcel con un tipo llamado Angel, que exige su propio castigo con gestos desafiantes.
Esa escena es clave. Y las que presencia Juan Minujin entre Osmar Núñez y Osvaldo Bonet, regocijantes. El veterano actor de 92 años tiene los mejores parlamentos, y, al fin, su mejor personaje cinematográfico, y lo luce debidamente. Lástima que a cierta altura del relato Bonet desaparezca (bueno, en compensación cobra peso Jimena Anganuzzi). Lástima peor, que en la elaboración del guión no haya habido algún asesor eclesiástico, para evitar ciertas macanitas de forma e incluso para hacerlo más incisivo.