La invención de Román
Entre lo vivido y lo recordado, la memoria se desliza como un mecanismo de reconstrucción del pasado. Pero en ese proceso talla -claro está- el desplazamiento de los recuerdos en una lucha o dialéctica en el que uno invade el territorio del otro. Pensemos: qué pasaría por un momento si un recuerdo determinado de una situación supuestamente vivida distorsiona en cadena a los otros recuerdos y entonces la memoria en lugar de reconstruir, crea, inventa, fabula, tergiversa, pero con la misma intensidad que aquella que experimentamos en la realidad. ¿Somos nuestros recuerdos?
La pregunta no tiene una respuesta univoca y es parte de los debates más profundos que tanto las neurociencias como diversas corrientes de psicología cognitiva buscan responder tomando caminos biológicos, psicológicos, emocionales, etc.
Sebastián Brahm es un realizador chileno, estudioso y apasionado por estos temas que encontró en el lenguaje del cine en su máxima pureza el puente adecuado para asumir el desafío de contar una historia que desde un meticuloso mecanismo narrativo y una audaz puesta en escena explora los intrincados universos de la memoria y de la creación, pero también de la percepción sobre la propia historia cuando el pasado no es más que una invención. El circuito de Román, su ópera prima, es un rompecabezas de imágenes que van a un ritmo de vaivén y que es justo aclarar somete al espectador a un trabajo extra que lo aparta de su habitual pasividad para armar ese puzzle donde las vivencias del protagonista Román (Carlos Carvajal) ocupan el centro pero a su alrededor y en lo periférico los recuerdos desordenan, perturban, se yuxtaponen alterando el tiempo y el espacio.
Podría relacionarse en cierta forma con aquella experiencia que tenía el personaje de Jim Carrey en la genial Eterno resplandor de una mente sin recuerdos cuando los mecanismos del olvido entraban en escena. Aquí sucede el camino contrario son los recuerdos y la memoria que evoca la que altera la realidad y marcando una simultaneidad en las acciones.
Meritoria por donde se la mire, la puesta en escena encuentra el espacio cinematográfico justo para el desarrollo de este arriesgado film que además apela a una teoría sobre la migración cortical que tiene desde el guión muy bien escrito una terminología propia que la vuelve tan atractiva como verosímil.
Sin intentar una definición de la película de Sebastián Brahm se puede especular con elementos que aparecen: el drama intimista y existencial de un hombre atormentado por la culpa, los celos de colegas y que duda realmente sobre lo que experimenta de manera empírica pero que se ve atraído por el poder de re contextualizar su pasado. Algo que la historia de muchos países latinoamericanos pretenden borrar, pero que la memoria del inconsciente colectivo se encarga de recuperar, casi siempre.