Las vueltas de la vida
Con un argumento original sobre la memoria y los recuerdos explicados desde la óptica de lo científico, Sebastián Brahm encara su película mezclando los hechos médicos con la situación emocional del personaje. El resultado es un manojo de escenas resignificadas una y otra vez que no generan suspenso, sino más bien cansancio visual.
Roberto Román (Cristián Carvajal) es conocido como el “padre de la migración cortical” en su entorno profesional gracias a estudiar en profundidad el funcionamiento de la memoria humana. Tras ocho años trabajando en Francia, vuelve a Santiago a enseñar en su antigua escuela y es allí donde tropieza con su pasado, la propia teoría que lo hizo célebre. A medida que pasan los días, va descubriendo y reconociendo que su investigación en realidad no le da las satisfacciones esperadas y que su vida personal dio un vuelco enorme inesperadamente.
El circuito de Román (2011) atrae de la misma manera que ahuyenta. La primera parte del film se encarga de presentar al personaje principal y de explicarle bien al espectador aquello por lo cual estuvo trabajando arduamente; muy meritorio, por cierto. El trabajo con la memoria y los recuerdos son el puntapié para que luego le vayan pasando en lo personal algunas cosas a Román y no del todo buenas.
Lo atractivo de la película puede resultar ser la constante resignificación de los conceptos y las escenas de simetría pareja a la altura de las circunstancias, lo que permite al espectador ir resolviendo los hechos junto al personaje. También se pueden encontrar varios simbolismos y, por supuesto, flashbacks dentro de flashbacks. El otro costado de la película es tedioso y transcurre tan lentamente que logra la pérdida de todo valor anterior.
El film claramente debe su nombre al camino profesional y mental que hace el personaje en el transcurso de la trama. Preguntarse y repreguntarse a sí mismo, los recuerdos que aparecen a través de extractos de escenas e imágenes de hechos de su vida en un proceso que da vueltas y que parece querer resolverse hacia el final pero no lo consigue.
Un drama realista, si se quiere, pero con toques de ciencia ficción adrede que no tiene un propósito en sí mismo. Una historia de 76 minutos que no se disfruta y que parece prolongarse. Una película que quizá sí le llame la atención a la comunidad científica, no así al público en general.