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El círculo (The Circle, 2017) es una causa perdida de entrada. No sólo quiere impresionar en 2017 con la deshumanización de las redes sociales y la pérdida de la privacidad, sino que lo hace con tanta condescendencia e incompetencia que nadie se la va a poder tomar en serio. El resultado es un thriller sin suspenso. Un drama que chistosamente se transforma en melodrama.
La película quiere ser una parábola sobre la peligrosa omnisciencia del internet. El epónimo Círculo es una red social de la onda de Facebook o Twitter, aunque el campus de la compañía (un enorme predio donde hay “yoga para perros” y los viernes toca Beck) sugiere Google y su fundador, canchero y engrandecido en sus propias presentaciones, recuerda a Steve Jobs.
La amenaza de la historia es hasta dónde penetra “El Círculo” en la vida privada, y la posibilidad de que la red se vuelva un requisito ciudadano. Son preocupaciones válidas en un mundo tan obsesionado con la “conectividad” que alimenta la patología de vivir a través de los demás y fomenta un ideal de “transparencia” que sólo puede ser alcanzado vicariamente.
El mundo de Mae (Emma Watson) cambia cuando deja su aburrido trabajo en atención al cliente y pasa a trabajar en lo que es, esencialmente, otro puesto de atención al cliente, donde se deja cautivar por el esplendoroso campus de “El Círculo”, las fiestas after office y el magnánimo perfil de su jefe, interpretado por Tom Hanks. Su llegada coincide con la presentación de una nueva cámara inalámbrica del tamaño de una canica, la cual supuestamente va a revolucionar el mundo, aunque esas cámaras existen por lo menos desde los 60s y hoy en día se las puede conseguir mucho más pequeñas y baratas de lo que fantasea la película.
El recorrido de Mae es el mismo de tantas otras películas similares: un joven iluso de clase trabajadora es contratado por una compañía chic que sacia su sed de dinero y éxito profesional, rápidamente sobrepasa a su mentor inicial (Karen Gillan) y se convierte en el favorito de su jefe, en el camino descuida a su familia y sus amigos (sus padres son interpretados por Bill Paxton y Glenne Headly, ambos irremplazables, en paz descansen), se desilusiona cuando descubre los trapos sucios de su jefe y termina tomando una decisión obvia entre honrar sus ideales o no.
Emma Watson sigue desperdiciando la incondicional buena fe que el público le tiene desde que se graduó de Harry Potter. Su actuación consiste mayormente en fruncir el ceño y entreabrir la boca, y si queda un paso por encima de Kristen Stewart es porque de vez en cuando arquea una ceja (la derecha). Nada de lo que demuestra aquí sugiere que tiene madera de protagonista, aunque tampoco ayuda que sus acciones se sientan más como artificios del guión que como decisiones auténticas del personaje. O la evidencia con la que dirige James Ponsoldt, que siempre ubica a John Boyega en el fondo y lo cruza de brazos para que no nos quepa duda de que algo urde su personaje, y empieza a despeinar a Karen Gillan a la altura de la historia en la que su personaje, el guión dictamina, debería sentirse amenazado por el de Emma Watson.
A veces todos los elementos de una película conspiran contra el éxito de la misma. Hay una idea y hay una inquietud, ambas actuales y dignas de ser exploradas, y algunas de las secuencias satíricas funcionan en la medida en que logran captar la forzosa idea de “comunidad” que promueve la red social. Pero casi todo ha sido plasmado de la forma más obvia e incompetente. Si el final se siente particularmente abrupto e insatisfactorio es porque había una intención de cambiar el de la novela original de Dave Eggers por algo más tenue y crowd-pleaser (por no decir hipócrita, en relación al resto de la historia) pero a James Ponsoldt y a Dave Eggers no se les ocurrió nada y así quedó el film, un testamento a su falta de inspiración.