Este excelente documental es mucho más que la historia de Henry Engler, dirigente Tupamaro rehén de la dictadura militar uruguaya durante trece años, quien fue además uno más de los tantos torturados sin piedad en la historia de Uruguay y del mundo.
Sus directores trazan un recorrido circular, donde Henry Engler, hoy un científico reconocido dedicado a la investigación del mal de Alzheimer y ciudadano sueco, regresa al entorno donde creció, donde estudió, donde lucho por sus ideales. Y en su retorno visitará todos los amigos que quedan vivos, su familia, la que siempre lo acompañó, y hasta uno de los militares que lo custodiaron. Ese que logró sentir compasión y ser diferente, porque esto además demuestra que se puede, cuando se tiene piedad por un semejante.
Y por qué digo que es mucho más? Porque en este relato no hay un solo golpe bajo y tenemos la inmensa posibilidad de aprender del dolor.
Porque el verdadero viaje de Henry es el que realiza acompañando al espectador con una voz el off – que se entrecruza con otras- hacia el interior del horror, pero sin mostrarlo.
A lo que accedemos con esta elección narrativa es a la posibilidad de aprender, al asomarnos al mundo del prisionero y comprobar la eficacia de las innumerables estrategias de la mente y su control –el cerebro, hoy su objeto de estudio- acompañado de la grandeza del espíritu, y de un inmenso deseo de vivir. Secreto, dominio, fortaleza que puede hacer que los hombres sobrevivan a instancias profunda humillación y dolor.
De sus luchas, de su fortaleza, de su inmensa sabiduría, palpadas en este discurso, podemos deducir y reflexionar de que con sólo en control de la mente y con la elección de nuestros pensamientos podemos hacerlo todo… Porque cuando escuchamos estos relatos y vemos la paz en su rostro, podemos a llegar a sentir vergüenza, de lo hacemos con tanto cada día, al alcance de nuestras manos.
Frenar los pensamientos, apagar las voces, imaginar la casa de nuestros padres, centrarnos en un punto, vivir el ahora aferrándonos a la fé y a la vez descubriendo a Dios, con todo lo que la mística puede ofrecernos, o mirar las hormigas y escuchar que pueden hablar, son modos de aferrarnos a la vida, al instante que la vida nos ofrece en esta inmensa paradoja que es la rueda en que se mueve y nos transporta algunas veces al horror y otra al paraíso.
Sobrevivir a una cárcel es brutal y siempre será en algún sentido un milagro personal, pero que dentro de lo intransferible que puede parecernos- sobre todo cuando las circunstancias nos hacen bordear la frontera entre la locura y la cordura, frágil en extremo. Siempre habrá más instancias para reflexionar sobre la maravilla que abriga la mente de un hombre, que pinto dentro de ella muchos paisajes anhelados, que estaban en la única revista a la que tuvo a su alcance en esos años. Y que tiempo después sería el paisaje del contexto de su vida actual, un círculo perfecto, uno de los tantísimos milagros de la vida.
Todo esto unido a una excelente fotografía y sin duda a haber tenido la habilidad de ofrecer el deseo de un testimonio desde una entrega total de su protagonista, sin golpes bajos y con la vivencia del misterio que acompaña la vida.
Un testimonio de la fuerza interior de los hombres.