Psicología barata y zapatos de goma.
Darren Aronofsky desde su opera prima Pi es cultor de un cine provocador con una estética cool y canchera. En esa película iniciática mediante una encriptada oposición de la idea de ciencia contra la idea de dios, se ubicó en un supuesto lugar de privilegio ante la crítica y los espectadores. Quizás Borges tenia razón una vez mas, y el prestigio del tedio (la película era un plomazo) había arrasado otra vez mentes ávidas.
Esa estética sobradora tomo una forma aún mas estilizada y depurada en Réquiem por un Sueño, una hijadeputez artera y canalla disfrazada de cuento moral, donde los personajes son vejados y humillados todo el tiempo. El prestigio ganado le dio lugar a más elogios por La Fuente de la Vida una pavada que ridiculiza cualquier intento de megalomanía por parte del director. Como dato curioso la película logra algo imposible; afear a Rachel Weisz.
Con este tríptico, Aronofsky supuestamente se ubicaba a contra corriente del cine mainstream, convirtiéndose en un director de culto en el circuito de festivales de cine independiente y puesto por la crítica en un panteón de jóvenes talentos que llegaban para “modernizar” el cine americano. Esta realidad era falsa y sesgada. Su manierismo y manipulación estética así como su conservadurismo moral, hacían de Aronofsky un director rancio, asfixiante, que no permitía segundas lecturas.
La llegada de ese OVNI llamado El Luchador parecía tirar por la borda todo lo mencionado anteriormente. El Luchador es el cine hecho carne, como dice mi compañero Rodolfo Weisskirch, es un testamento fílmico del gran Mickey Rourke. Aronofsky sigue al personaje con cámara al hombro desde atrás, respetuosamente e inmersivamente, como si el espectador acompañara al personaje (como en las películas de los hermanos Dardenne), en un film sobre como ponerle el cuerpo a la decadencia. El Luchador, salvo el detalle del (redundante) discurso sobre el cuadrilátero (y mas adelante volveremos al concepto de “redundante”) es una gran película, simple, sobre el paso del tiempo y la imposibilidad de redención.
El Cisne Negro es la antítesis de El Luchador. En la ante última película del director la puesta en escena es simple, honesta y grácil y nos muestra a un héroe oxidado y descarnado de cara a la inexorable tragedia. Indudablemente a esto se le opone con una narración taimada, mentirosa, simulada, de psicología berreta, obvia y mamarrachesca que nos entrega en El Cisne Negro.
Aronofsky cuenta la historia de Nina (Natalie Portman) una bailarina de ballet que pretende ser cabeza de compañía en la nueva obra del director Thomas LeRoy (Vincent Cassel), El Lago de los Cisnes, donde la primera bailarina debe interpretar un papel doble; el cisne blanco y el cisne negro.
Nina, una mujer niña frágil, de padre ausente y madre dominante tiene por delante el conflicto de dominar fácilmente la técnica de baile para afrontar la parte del cisne blanco, pero la imposibilidad de construir el desenfreno artístico que pretende el director para la aparición del cisne negro donde además, se siente amenazada por Lily (Mila Kunis) con su postura de femme fatal. La presión y la autoexigencia por la necesidad de alcanzar el papel despiertan en Nina brotes psicóticos y picos esquizofrénicos en la cual se construye una realidad que no existe. No me interesa en lo mas mínimo analizar la psicología del personaje ni las explicaciones a los gritos que da Aronofsky respecto a este tema ( mostrar la represión sexual del personaje indicándole a Vincent Cassel que te mande a hacerte la paja, y que Portman lo haga como si estuviera participando en una orgia da vergüenza ajena). No creo que el cine sea el medio para mostrar perfiles psicológicos berretas y explícitos que no permiten segundas lecturas (volviendo al perfil de Aronofsky como director). Para tratar este tema lean el erudito y extraordinario texto de Emiliano Román que vale la pena mas incluso que la película entera.
Ahora bien, regresando al tema de la construcción cinética volvamos al tema de la puesta en escena mentirosa. El Cisne Negro funciona perfectamente como una simulación del cine. Como una impostación de la narración cinematográfica. Aronofsky utiliza un batallón de recursos para disimular la teatralidad de la narración (y cuando hablo de teatralidad me refiero al teatro como un veneno para el cine) y definitivamente no lo logra. El ojo del espectador entrenado podrá apreciar que en todas las escenas de ensayos de baile (donde transcurre una buena parte de la película) jamás repite un plano o la utilización de un recurso para evitar caer en la acusación que todo director quiere evitar: que está haciendo teatro filmado. Incluso cae en excesos imposibles como hacer un plano picado colocando un violín en primerísimo primer plano y mostrando el ensayo en profundidad de campo. De aquí viene lo taimado de la puesta: el teatro filmado hubiera sido mas honesto que la simulación del cine. Si Aronofsky piensa que utilizando muchos recursos y no repitiendo planos dentro de un cuarto hace cine está equivocado. No hace más que mostrar el veneno de la teatralidad disfrazado.
Siguiendo con la narración embustera, los momentos que el director decide seguir a Nina fuera de la zona del ensayo de baile decide utilizar el mismo recurso que en El Luchador siguiendo al personaje desde atrás con cámara al hombro (que desde ahora llamare Dardenne Cam ya que es imposible despojarse de esa obra maestra llamada El Hijo) ¿Por qué Aronofsky toma esta decisión? No se entiende. Si la inmersión que provoca la Dardenne Cam se justificaba en ese viaje angustiante hacia la nada de Micky Rourke en El Luchador aquí no hay ni un solo motivo estético que justifique el mismo recurso para acompañar a la Nina de Natalie Portman en su paulatina transformación de la cordura a la locura. ¿Acaso Aronofsky solo utilizó ese recurso porque funcionó en El Luchador? ¿O pretenderá revelarse como un nuevo auteur donde el director sistematiza la puesta en escena? Si hay algo donde Aronofsky indiscutidamente no entra, es en la categoría de autor. Nada que ver tiene la puesta de Réquiem por un Sueño con El Luchador o La Fuente de la Vida con El Cisne Negro. La teoría de autor revela que el director debe tener una visión creativa personal, una obra coherente entre sus films desde la puesta en escena con una similitud desde la ética y la estética de la manera en mostrar y retratar el mundo. Aronofsky no tiene esta visión y es un director que naufraga en el eclecticismo cinematográfico.
No hay autoria por parte del director pero si sobran obviedad y efectismo hueco. A la legua se ve todo lo que va a suceder (y lejos esta esa sabiduría de la maravillosa sensación de saber lo que va a pasar cuando estamos viendo cine de genero) La construcción de este personaje “atormentado por su inconformismo” tiene la propiedad de dejarnos ver todos los hilos del guión. Ya sabemos que la psicosis no le va a permitir bailar el cisne blanco y va a ser una especie de heroína a la hora del cisne negro. La redundancia, ese mismo pecado que tiene el discurso de Rourke en el cuadrilátero en El Luchador, aunque en esa película se da en un contexto de emoción, se repite en el momento que Nina dice “Lo sentí, la perfección”. Si Aronofsky, ya lo estábamos viendo, no era necesario, como todo el resto de la película.