Retrato de una obsesión
“Quiero ser perfecta”, dice Nina, la protagonista, en una parte de El Cisne Negro, la última película del talentoso Darren Aranofsky. Ese es su objetivo luego de conseguir el rol principal en “El Lago de los Cisnes”, ya todo un logro otorgado por el exigente y seductor director del grupo.
El personaje de Natalie Portman forma parte de un ballet que acaba de despedir “elegantemente” a su histórica líder (una fugaz Winona Ryder). Al comenzar los ensayos de la nueva versión de la pieza, el director admira la forma en que la nueva estrella interpreta el delicado Cisne Blanco, pero destroza su versión inocente del Cisne Negro, aquel que seduce y lleva a la muerte a la protagonista del clásico de la danza.
Es allí, cuando aparece ese obstáculo, que comienza una persecución dentro de la propia mente de la joven Nina, acentuada por el constante hostigamiento de su enfermiza madre. Y la figura de Lily, una colega suya, a la que ella identifica rápidamente con su gran competencia.
La película, que comienza con un ritmo lento y una Natalie Portman que todos conocemos, logra sus grandes méritos recién en los últimos veinte minutos. Es que recién en el tramo final es cuando el climax de locura y obsesión de la protagonista logran transformar la trama definitivamente, en una metamorfosis no del todo resuelta desde el guión.
El libreto, justamente, es previsible y con el correr de los minutos se dan muchos indicios sobre qué será de la suerte de la protagonista. Lo que sí resulta interesante es la forma en la que en el desenlace uno se mete totalmente dentro de su transformación. La realidad y la ilusión resultan inseparables.
Portman deslumbra con su entrenamiento en danza (según aseguró, practicó durante todo un año) y consigue con esta actuación una de sus interpretaciones más maduras. Del resto del elenco, se destacan Vicent Cassel y Barbara Hershey.
La música de Clint Mansell acompaña perfectamente a la historia. Al igual que los efectos visuales, secundarios pero al servicio de lo que se cuenta.
El Cisne Negro se suma a la lista de historias fuertes, en su gran mayoría vinculadas a situaciones psicológicamente profundas, a las que nos tiene acostumbrados Aranofsky. Si bien esta no fue su mejor labor, este director neoyorkino reafirma su capacidad como cineasta, así como lo hizo hace dos años con la magnífica El Luchador.