Bailando por ¿un…?
El cisne negro (Black Swan, 2010), protagonizada por Natalie Portman, flamante ganadora del Oscar como mejor actriz por su actuación, es la última obra de Darren Aronofsky (Pi, Réquiem para un sueño, El luchador). Aquí se narran las vicisitudes de una bailarina de ballet, Nina, que debe interpretar el clásico de Tchaikovsky, El lago de los cisnes, en sus dos papeles protagónicos: el cisne blanco y el cisne negro –en lo que sería una novedosa “puesta vanguardista” por parte del director Thomas (Vincent Cassel)-.
El ámbito sobreexigente, competitivo entre las bailarinas; el despotismo y machismo del director/dueño de la compañía son las primeras muestras del “ambiente” en que se desarrollará la historia.
Pero hay más: Nina, quien al parecer combina la perfección técnica con la inocencia más pura (y casta), necesita sacar su “cisne negro” (su costado pasional, visceral –si es que lo tiene-) para el estreno de la obra, por pedido expreso del tiránico director.
A esto, las “exigencias profesionales”, hay que sumar las “exigencias familiares” de su madre (Barbara Hershey), bailarina frustrada, que sobreprotege (y reprime) a Nina (que también se autorreprime), en una tensa relación amor-odio a la Roman Polansky. En suma, tenemos una película que ilustra el drama de un arte exigente en lo físico y mental, con toques de psicotrilher (alucinaciones + efectos especiales incluidos), donde la realidad y la paranoia se funden... en una sola persona: la archisufrida Nina.
Aunque la película atrapa desde el inicio –centralmente por la buena performance de Portman y por la obsesiva cámara que sigue constantemente a la protagonista- peca de una excesiva explicación: hay escenas (como las sexuales de la reprimida y autorreprimida Nina; sola o acompañada) demasiado largas, demasiado explícitas y demasiado evidentes, que sólo hacen más largo el film. Al igual que los diálogos, que explican lo que ya se ve o infiere. Sin llegar a la claustrofobia de un David Lynch toda la historia se desarrolla desde una perspectiva dark, donde los polos alegría-tristeza, ambición-desencanto, euforia-depresión son los conductores de una historia simple y de cantado final. Además, Aronofsky terminó haciendo una película demasiado larga: 108 minutos; que incluso podría haber funcionado mejor si la hubiera reducido a 50 o 60 (como si fuera una serie de TV larga).
El cisne negro da (mucho) menos de lo que promete.