El cisne negro, la película de Darren Aronofsky por la cual Natalie Portman es favorita a ganar el Oscar a mejor actriz, según dicen los medios. Las disquisiciones sobre quién ganará el Oscar me parecen tediosas, así que pasemos a otra cosa. Si uno va a ver esta película, hay que verla en cine. Es una película-impacto, que apabulla con imágenes bestialmente poderosas, sonorizadas de forma demente. Lo de demente y bestial, aclaro, dicho como elogio. Réquiem para un sueño –tal vez la película de Aronofsky peor tratada por la crítica– tenía algo de este estilo ultra barroco, y también de la delgadez del asunto. En El cisne negro todo el arco narrativo es obvio desde los primeros minutos: Nina (Portman) es una bailarina técnicamente perfecta que deberá lograr conectarse con la pasión, el desenfreno, su lado oscuro, su sexualidad. Y su madre obtura todo eso. Lo demás son detalles, construidos por Aronofsky de forma bombástica, para hacer algo así como una versión psicoanalíticamente más simplista (directamente ramplona) y llena de espejos, espectros y danzas de Carrie de De Palma. No tengo muy claro si El cisne negro es una gran película (no lo creo), pero es una película visceral, sanguínea, pasional (nada de “cine fino”), muy cisne negro y nada de cisne blanco, con una extensa y esplendente secuencia final que puede enfervorizar hasta al espectador más distraído.