La danza, al menos en el cine, parece convocar fatalmente a la pasión, la locura y la muerte. Esta especie de maldición que vienen arrastrando las bailarinas desde la espléndida “Zapatillas rojas”, se actualiza en el film de Aronofsky con todos los clichés que pide el género y una puesta en escena con presupuesto generoso. Nina, instigada por su madre, vive consagrada al ballet. Presionada por un exigente director artístico, quien no tardará en seducirla, enfrentada a otra bailarina con parecidas ambiciones y armas peligrosas, ingresará en un espacio inquietante en el que la realidad y la ficción se confunden. Mientras ensayan una puesta arriesgada de “El lago de los cisnes”, Nina se trastorna y, poco a poco, ingresa en una pesadilla sin retorno. Ambicioso y atractivo, aunque previsible, el film catapultó al Oscar a Nathalie Portman como mejor actriz del año. Un premio que no se discute: la actriz deja el resto en cada escena y nos convence de los demonios que la atormentan.