Función doble: hagamos sufrir al espectador
Esta nueva función doble tiene como sentido poner en consideración a dos películas que comparten un sentimiento que para las audiencias ha sido casi unánime: el espectador sufrió al verlas. Aronofsky e Iñárritu no se parecen demasiado, pero en estos dos filmes logran -cada uno a su forma- poner al espectador en una picadora de carne emocional. Ambos utilizan un enorme despliegue de golpes de efecto, pero mientras que en El cisne negro la intensidad emotiva, más de tono psicológico y perturbadora desde lo visual, resulta un viaje duro, peligroso, pero divertido y hasta conmovedor, en Biutiful, González Iñárritu propone que nos sumerjamos con los personajes en lo más profundo de sus vidas miserables, haciendo que el viaje sea un suplicio insalvable. Miren si será rara la vida, que si nos fijamos sólo en la estructura del guión, Biutiful termina siendo más sólida, pero ante el producto completo me quedo con El cisne...
Bienvenidos a una experiencia cinematográfica perturbadora. Hay mucho por decir, debatir y discutir sobre El cisne negro, pero lo unánime entre los que hayan atravesado la prueba de ver la última de Darren Aronofsky es que hace transitar al espectador por momentos de tensión notables. Y les adelanto desde temprano que eso es lo mejor que tiene el filme.
El cisne negro cuenta la historia de Nina, una tímida y esforzada bailarina de ballet que lucha por conseguir un papel protagónico en alguna obra, luego de años de buen trabajo y dedicación. Las oportunidades se abren cuando la experimentada figura del elenco es pasada a retiro forzoso y se avecinan los ensayos para la tradicional obra "El lago de los cisnes". Pero no todo será tan sencillo, puesto que el director la encuentra demasiado correcta y poco pasional como para estar a la altura del personaje principal y la aparición sorpresiva de una compañera nueva (el personaje de Mila Kunis), fresca, despreocupada y enigmática, generará una tácita competencia que no le saldrá barata.
El nuevo film de Aronofsky (responsable de una interesante filmografía que incluye Requiem para un sueño, Pi, El luchador, entre otras) acierta en la descripción de un mundillo hipercompetitivo como el del ballet, en donde nadie regala nada y las sonrisas son de cartón. Pero más que nada acierta cuando compone un mundo paralelo, surreal, paranoico y por demás terrorífico. Aronofsky lo compone con una predominancia de las tonalidades oscuras, con -quizás excesivos- juegos de espejos, con planos cercanos, cámaras en mano y ritmo vertiginoso, y con una profusión de imágenes perturbadoras y música ominosa a alto volumen. Un cocktail efectista, sí, pero también efectivo, para lograr incomodar al espectador y generarle una inusitada tensión. Un efecto de montaña rusa en donde disfrutamos del miedo y el stress, que por sí solo vale la entrada al cine.
Hay otros condimentos que hacen de El cisne negro una interesante propuesta: el elenco está a la altura de las circunstancias, con unos tremendos Vincent Cassel y Barbara Hershey (profesor y madre de la protagonista, claves en la configuración psicológica de Nina), una gran Wynona Rider (su papel es menor, pero su intensidad es alarmante), una enigmática y oscura Mila Kunis, y un estupendo trabajo de Natalie Portman, en el papel de su vida, que se hace responsable de toda la carga emocional con la que debe lidiar Nina y que le pone el cuerpo (más literalmente de lo que solemos utilizar la frase) a su bailarina de forma notable. Nina baila, salta, gira, se transforma, llora, grita, escapa, se asusta, se emborracha, explora su lado oscuro, se violenta y todos los ojos -y en especial la cámara, que se le pone encima casi obsesivamente- se posan en ella.
El guión de Mark Heyman, Andres Heinz y John McLaughlin (tres debutantes) funciona muy bien en la construcción del personaje principal, sus presiones y sus consecuencias, se hace bastante evidente en la metáfora de los cisnes y los personajes, y mantiene en vilo al espectador en el entramado de los dos mundos de Nina, aunque en ese juego entre lo real y lo irreal, quizá peca de excesivo al forzar demasiado los límites del verosímil sobre el final del relato. Y para muchos será imperdonable.
El cisne negro es una buena película si se la toma como lo que es y no se le buscan pretensiones de cine arte que algunos críticos quisieron encontrar no sé con qué fundamento. Es un thriller psicológico bien construido, que propone momentos de tensión estupendos mediante golpes de efecto válidos y utilizados a la perfección. Aronofsky no está buscando la sutileza, eso está claro: el filme nos grita y nos pone nerviosos. Tanto como la bajada vertiginosa de una montaña rusa. Claro que no a todos les gustan los parques de diversiones.