El cisne negro

Crítica de Lucas Moreno - Bitácora de Vuelo

DIAGNOSTICAR EN DEMI-PLIÉ

Aronofsky hace algo curioso con la plástica. Sus películas se deforman e ingresan en un terreno extraño y narcótico. Si esta sensorialidad no se convierte en cachivache visual es porque Aronofsky utiliza como marco de contención los estados mórbidos de sus personajes. Lo que busca entonces es el contagio plástico, enfermar el lenguaje cinematográfico, que los artificios se desprendan de la patología de sus personajes.

A esto lo viene ensayando desde PI y lo continúa con El Cisne Negro. Pero pasaron los años, hay prestigio de por medio y dejó de valer la experimentación pura. Se nota no porque Natalie Portman esté en el afiche o los efectos digitales sean vistosos, se nota porque Aranofsky pierde densidad para ganar sencillez narrativa. La oscuridad mental es for export; sabemos quién es quién dentro de la novela neurótica de Portman y hasta sabemos la genealogía de cada síntoma. Claridad expositiva que hace de El Cisne Negro una psicosis didáctica; película encabezando el ciclo Cine y Psicoanálisis.

Pero no está mal. Las herramientas audiovisuales son las más felices para recrear estados esquizoides. El cine en sí mismo es una desconfiguración de tiempo y espacio; un cambio de plano ya es un total disparate. Contar un desmoronamiento mental con tanto recurso plástico termina dándole alegría mórbida a la película. La descomposición visual se concentra en el cuadro clínico de Portman y es una representación honesta de su chifladura. Portman mira una pintura y la pintura se mueve, pero después mira bien y la pintura está quieta. Más o menos eso es estar loco y así de rápido lo expresa un montaje. Claro que este jugueteo va en aumento hasta llegar a un colapso nervioso, incluyendo golpes de efectos tomados del género de terror. Y metáforas que serían imperdonables como las plumas que Portman se saca del brazo terminan siendo adornos visuales fascinantes por su obviedad.

Quizá El Cisne Negro esté tan obsesionada por aprobar su tesis psiquiátrica que abusa de clichés: madre arácnida, profesor cubriendo padre ausente, amiga encarnando ideal del yo, psicosomatizaciones varias, impulsos lésbicos y alucinaciones sistemáticas. Sin embargo hay un guiño de autoconciencia elogiable. Con respecto a su obra, el profesor de ballet dice: “sí, hacemos El Lago de los Cisnes que se hizo mil veces, pero esta vez lo hacemos visceral”.

Exacto: El Cisne Negro tendrá tics redundantes pero qué importa si los planos quieren ser poderosos, angustiantes y visualmente innovadores. Uno se engancha con este tratado psiquiátrico porque Aronofsky le aplica coherencia plástica absoluta a la esquizofrenia de Natalie Portman, que además hace un perfecto demi-plié.