Ella usó su cabeza como un revólver
En un año donde la gran mayoría de las películas nominadas al Oscar llegan a la pantalla grande antes de la ceremonia de premiación, la nueva película de Darren Aronofsky es probablemente la que mayores ambigüedades genere.
Tildada por muchos críticos como una obra maestra, y por otros como un título presumido, lo cierto es que El cisne negro no puede estar exento de esa polémica que ya ha levantado.
Y es que si bien la prioridad está puesta en desnudar algunas de las tantas miserias que cualquier ámbito unipersonal (deporte, arte) de gran competencia exige, el film también resulta una trampa pretenciosa de marcado (su)realismo sobre la transformación del ser humano y el sacrificio que la perfección exige.
La historia sobre a una bailarina de ballet (Natalie Portman, inminente ganadora de la estatuilla) que acaba de conseguir su primer papel protagónico para interpretar una nueva versión de El lago de los cisnes, sobre cómo la preparación y las propias exigencias del director (Vincent Casell, siempre convincente) trastocan su personalidad, más la aparición de una despreocupada colega que amenaza con ocupar su puesto (Mila Kunis), guarda no pocos secretos.
Drama disfrazado de thriller psicológico, vinculado directamente al clásico de Michael Powell, Las zapatillas rojas, pero también a parte de la filmografía del Roman Polansky más alucinatorio (no sólo Repulsión, sino también El inquilino o El bebé de Rosemary), el nuevo trabajo de Aronofsky vuelve a mostrar los rasgos de la obsesión que ya había expuesto en su ópera prima Pi o en Réquiem para un sueño.
Irreprochable desde el punto de vista técnico, los caminos que comenzará a ahondar se verán bifurcados por una confusa dualidad entre lo real y lo imaginario que muestra los principales problemas del film.
Película de espejos y reflejos rotos, de blancos y negros, de escenarios y sueños; la presunta aproximación a lo irracional de la protagonista, más los sometimientos de la propia autoconsciencia terminarán arrastrando al espectador a una resolución de sabor agridulce –sin entender el concepto como una revelación de la trama- que poco tendrá que ver con sus principales encantos.
El cisne negro es una de esas películas que impulsa a la discusión, al debate y al intercambio de opiniones. Algunas buenas ideas, y un conjunto de bondades que enaltecen su contenido, chocan con ciertas manipulaciones que por fraudulentas, suenan poco sinceras. A pesar de todo, las cinco nominaciones a los Oscars (que también incluyen Mejor Película), sumados a sus evidentes hallazgos invitan a, por lo menos, sacar veredictos propios.