Cine fantástico.
Natalie Portman es la estrella, el corazón y la fuerza de El cisne negro, la última película de Darren Aronofsky (Pi, Réquiem por un sueño y El luchador). Ella es Nina Sayers, una bailarina de ballet obsesionada con interpretar el rol protagónico en El lago de los cisnes de Chaicovski. El film comienza con una estilizada coreografía donde ella interpreta a Odette en medio de la oscuridad. Es todo un sueño. El director con el que trabaja (Vincent Cassel) está haciendo una nueva interpretación de la obra, donde la misma persona que haga del cisne blanco, deberá hacer del cisne negro. Nada de grises: blanco o negro. Esta película es todo un viaje: un furia de cine, desordenada y rica. Una de las mejores películas (y experiencias) del año.
Aronofsky hace una película sin sutilezas: es apasionada, por momentos caótica, no siempre original. Es fácil notarlo en los momentos donde hay danza: la cámara sigue embobada a la bailarinas. No es que esté en cualquier lugar, sino que está hipnotizada con el ballet. Muchos personajes tienen diálogos increíbles (no en el buen sentido) como señaladores, del tipo: "Estuviste tantos años esperando para este papel... ¡esta es tu oportunidad!". Dicho por la madre de Nina. El problema con este tipo de diálogos explicativos no es su naturaleza, sino cómo y cuándo se hacen presentes. En primer lugar, uno no cree que la madre (con quien ella vive) diga algo así. En segundo lugar, se nota que está para poner en palabras la obsesión de la protagonista. En tercer lugar, después del sueño, eso funciona como un subrayado (por si alguno no entendió: Nina quiere ser la protagonista de El lago de los cisnes).
Sin ir más lejos, Aronofosky no cuida demasiado estos aspectos, y se reserva un grand finale con giro incluido y todo. Cuánta originalidad hay en todo, poca. La música contundente (parte de la banda sonora de Clint Mansell es la original de El lago de los cisnes, pero al revés) y la puesta en escena, sin embargo, sugieren que todo es más que lo que surge a primera vista. Por momentos, la película es tan camp que es irresistiblemente seductora, atractiva a la vista (y no lo digo por Natalie Portman y Mila Kunis, solamente) y endidabladamente perversa. En una época donde Hollywood parece orientar a sus producciones a ser lo más original, esta parece una cachetada: toma un montón de clichés, los licua, y los sirve en una mezcla que con el tiempo se hace más deliciosa. Donde hay tantas películas que calculan todo para lograr la (falsa) perfección, esta tiene corazón, sangre. No suda, como ese pedazo de carne ambulante en The Wrestler, que soportaba heridas, cortes y volvía a aferrarse a las cuerdas. Esta chorrea sangre, directamente. No esconde su atractivo de feria, hasta de circo podríamos decir.
Sin ir más lejos, podríamos enumerar a todos los directores que homenajea: Roman Polanski (Repulsión), David Cronenberg (La mosca), Dario Argento (Suspiria), David Lynch (El camino de los sueños) y Michael Powell (Las zapatillas rojas). Aronofsky ni siquiera se priva de armar algunos truquitos efectistas como para que parezca un thriller sobrenatural, o mejor dicho, una de terror. Hay algunas imágenes espeluznantes, que revelan la psicosis de la heroína. Esta es la mejor película del director hasta el momento: se complementa con su estilo visual y con sus temas recurrentes. La degradación (o el horror) por el cuerpo humano. Algunas de las secuencias más poderosas son aquellas donde la madre le corta las uñas a la hija, o cuando vemos una aguja pasar muy cerca de sus pies, mientras ella se prepara para el ballet.
Por supuesto, estas cosas no funcionaría si no creyéramos en los personajes. Portman seguramente gane el Oscar por su interpretación. Mientras que al principio siempre parece tener la misma cara de susto, vamos descubriendo que lo suyo es gradual: para el tercer acto no es otra cosa que atemorizante. Presten atención al movimiento de la cámara y los ojos de Portman cuando hace el rol dentro del rol dentro del rol: rojos, llenos de sangre, de locura, de desquicio. Que eso no quede en una caricatura pero que tampoco sea de una solemnidad insoportable es muy difícil. Acá se logra y se supera.
Ella es un poco tímida, reservada. El director dice que es fría y frígida. Para darle el papel que tanto quiere, trata de aprovecharse de ella. Nada, no hay caso: que sea bella no significa que sea sexy, per se. Para el papel del cisne blanco está perfecta. ¿Pero la otra cara? ¿El cisne negro? Allí se ubica Lily, su nueva compañera. Mientras que Nina es una perfeccionistas, de esas que llegan a todos lados temprano y son incapaces de mostrarse provocativas, Lily (Mila Kunis, perfecta en el psysique du role: si no entienden lo que es, vean la película, o mejor dicho véanla a ella y lo van a entender) es lo opuesto. Es natural, desinhibida, pasional. El director lo sabe. Su técnica no es perfecta, pero tiene lo que a ella le falta: corazón. Esto supone un gran problema para Nina por dos motivos: el primero, podría quitarle el lugar que tanto anhela. El segundo: siente algo más que simpatía por su nueva compañera. De allí la referencia a David Lynch y la soberbia Mulholland Dr. El cisne negro explora (y explota) los rincones más oscuros y perversos del personaje.
A fin de cuentas, podríamos hacer una lista con todos los errores de la película. También podría criticar más los subrayados de Aronofsky (la buena usa un tapado blanco, y la amiga perversa, que fuma y tiene sexo, uno negro) pero de eso no se trata la crítica. Por eso tampoco es una enumeración de lo bueno y la malo. Es decir, también podría hablar de las virtudes de la fotografía, la dirección de arte, etcétera. Pero no: esto se trata de pensar cómo nos afectó intelectual y emocionalmente una obra de arte. En este caso, creo que no hace falta aclarar demasiado: es un festín de todas esas cosas por las que nos gusta el cine. Bueno, en parte. Sabrán disculparme los que piensan que con esta crítica (y el puntaje) exagero: es apasionado. Es asburdo, es fantástico.