Alegoría fantástica de la iniciación:
El estreno de una película de origen islandés en la cartelera Argentina es todo una acontecimiento y constituye una rareza, dado que sólo se han estrenado cinco películas de ese país. La última fue Rams (2015), del director Grímur Hákonarson, historia de dos hermanos granjeros enemistados durante 40 años que se reunían para salvar a su ovejas, que eran lo más preciado para ellos. La historia era sencilla pero narrada de manera efectiva, dando cuenta de la dureza de la vida rural, empleando la crudeza del paisaje para simbolizarla. En este ocasión se trata de El cisne (Svanurinn, 2017), opera prima de la realizadora islandesa Ása Helga Hjörleifsdóttir y adaptación de la novela homónima de genero fantástico del escritor Guðbergur Bergsson.
La película comienza con un plano general del mar abierto, que irá acercándose a la costa rocosa y a la ciudad costera, mientras la voice over relata una historia de fantasía que tiene como protagonista una niña y cuyo final será dramático. Ya ingresados dentro del hogar, veremos que se trata del relato que una niña le realiza a su hermana más pequeña. Los padres de Sól se han separado recientemente y tanto la familia como ella están en período de duelo por esta separación. Su madre decide enviarla a pasar el verano en una granja en la zona rural junto a sus tíos. Se trata de una costumbre típica islandesa, que apunta a que los niños tengan un saldo de crecimiento a partir de la experiencia del trabajo rural y la independencia de la familia de origen. En un comienzo Sól querrá volver a su casa, pero poco a poco se habituará a las tareas rurales como dar de comer a los animales o arrear el ganado.
Sól (Gríma Valsdóttir) es una niña que está ingresando a la pubertad. Es solitaria y tiene talento y fascinación por inventar y narrar oralmente historias fantásticas. Aquí la creación de historias aparece como un modo de trascender el sufrimiento y el aburrimiento. Este mundo de Sól, libre, puro, maravilloso y a la vez oscuro, contrastará con la pura y cruda realidad de la vida, con la cual tomará contacto durante el verano en el campo. Por eso esta película puede enmarcarse en el género de iniciación. Se tratará tanto de la iniciación en el despertar de la atracción libidinal como en la crueldad de la naturaleza humana.
Un día llegará Jon (Thor Kristjansson) a la granja; un granjero extranjero que viene a trabajar por la temporada desde hace ya varios años. Jon es un hombre maduro, con quien Sól compartirá la habitación. La afinidad por el placer compartido por las palabras (Jon escribe un diario) despertará la curiosidad y la atracción de Sól por este hombre enigmático, como evidenciarán sus subjetivas posándose sobre diversas partes de su cuerpo cuando se recueste en la cama, así como sus miradas que lo observan desde lejos mientras realiza sus tareas en el campo.
A los tíos y a Jon, se sumará Ásta, la hija del matrimonio, que vive en el extranjero donde estudia en la universidad. Ásta se muestra desfachatada y rebelde, cuestionando el estilo de vida de sus padres, pero en realidad es una mujer que sigue aquello que su familia espera de ella. Estudia y se encuentra de novia con un muchacho, perteneciente a una familia de granjeros vecina. Su llegada se debe a la ruptura con su pareja y a estar embarazada de un hombre que no sabe quién es, interrumpiendo sus exámenes en la universidad. Y la atenta mirada de Sól descubrirá un romance entre Ásta y Jon (que cuando lea sus diarios verá que es el que Jon alegoriza en su sus historias). De esta manera Sól sufrirá su primera decepción amorosa.
Que durante el viaje en autobús que la niña realiza hasta llegar a la casa de sus tíos tengamos las subjetivas de ella del paisaje enrarecido a través del velo del pañuelo que le ha dado su madre, nos indica que el punto de vista de la película es el de Sól. Ella observa los avatares de la vida de los adultos de la familia. A la directora le interesa conservar el aire de frescura y de incomprensión con que la niña aborda la realidad. De ahí que recurra a lo onírico en ocasiones y al fantástico, aportando un aire de extrañeza que da cuenta de la singular interpretación que realiza la niña en su imaginación de los acontecimientos de los que será testigo: las traiciones y decepciones en el seno de los vínculos humanos de amor.
Jon le dirá a Sol una frase enigmática: “La naturaleza nunca pide permiso, toma lo que quiere, es fuente de libertad”. Y a la vez Ásta al percibir el interés de Sol por Jon, intentará disuadirla contándole una fábula: “En el lago, arriba de la montaña, hay un monstruo que se convierte en un Cisne blanco para atraer a los humanos y ahogarlos en el fondo del lago”. La naturaleza, que puede ser bella pero también hostil, se vuelve entonces metáfora de la estructural crueldad, de la pulsión de muerte que habita en el ser humano. El cisne del título en cuestión adquiere entonces dos lecturas posibles. Por un lado es la alegoría del rito de iniciación que Sol deberá atravesar. Se tratará de confrontarse con la vida adulta que impone las reglas de la cultura sobre la libertad del niño y que es fuente de amargura y sufrimientos. Enfrentar al Cisne de la realidad adulta y pasar la prueba será la tarea de Sol en este verano. Sol aprenderá que crecer es doloroso, pero que también se puede sobrevivir, que la sensibilidad volcada en la creación narrativa puede ser una manera de arreglárselas con eso difícil de soportar. Por otra parte, y segunda lectura, el patito feo, esa niña rara que no encajaba en el comienzo, devendrá un Cisne en la medida en que la entrada en la vida adulta no ahogue su potencial de mujer, esa libertad que es lo más propio y genuino de su ser de niña. De ahí que la paleta de colores apagada, que carga el aire de pesadumbre, dramatismo y encierro prevalecerá, en contraste por sobre los momentos luminosos, donde la protagonista abrazará su propio camino.
El elenco resulta convincente en sus interpretaciones, destacándose la pequeña Gríma Valsdóttir, y el tratamiento de la metamorfosis en clave fantástica es un acierto interesante, que además dota de belleza sensorial al film. Pero lo mismo que funciona como un valor puede transformarse en un arma de doble filo. El riesgo asumido por la directora al narrar la iniciación de manera diferente hace de El cisne una rareza. Si el espectador no logra entrar en el mundo de Sól con claves para leerla y no logra soportar la atmósfera enrarecida y alegórica del relato, quedará frente a una obra críptica que puede sumirlo en la perplejidad, dejándolo afuera.