Farsa trágica y logrado retrato de un escritor presumido y sinuoso, que reside en Europa y que, tras ganar el premio Nobel, decide ir de paseo a su pueblo, ese “lugar donde mis personajes no pueden salir y yo no puedo volver”. Y allí (algo parecido a lo que pasó a Manuel Puig con General Villegas, su pueblito), en vez de recoger las mieles de su consagración se topará con la cara verdadera de unos personajes y un pasado que vienen a pedirle explicaciones. Están sus calles, sus conocidos, su novia del ayer (que lo sigue queriendo) y están las necesidades de cada uno, de un intendente de un pintor, de una vecindad que fueron parte de su vida y de sus relatos y que lo obligarán a reconocer que lo que se escribe no necesariamente es lo que se piensa y que, a lo largo de la vida, ficción y realidad, sueños y vigilias, se van uniendo y se van separando (y en el final, su brazo lastimado lo reafirma). El film funciona mejor al comienzo. El tono farsesco de la primera parte acredita más de un acierto. Su pintoresquismo, algo exagerado, tiene humor y simpatía. Pero le cuesta más cuando irrumpe la violencia, cuando el pueblo dejar ver su peor cara, aparecen personajes demasiado subrayados (¿era necesario que hasta la reina de la belleza fuera tan poco agraciada?) y se arriba a un final poco convincente.
Como en “El hombre de al lado”, Kohn y Duprat subrayan la incomodidad de todo intelectual engreído y desdeñoso cuando debe enfrentarse con la cruda realidad y sobre todo con el otro. El resultado, de cualquier manera, es por demás alentador: hay chispa, hay un gran trabajo de Oscar Martínez, personajes secundarios muy bien pintados (el intendente, la funcionario que supervisa el concurso de pinturas) y una historia que no te suelta y hace reír y pensar.