Todo porteño debería tener derecho a considerarse europeo y que el resto del mundo se lo tome en serio al menos durante unos minutos, como para que el trauma del sudamericanismo le duela menos a la ilustrada ciudadanía nacida en Buenos Aires, República Argentina, irremediable culo del mundo.
El escritor argentino Daniel Mantovani (Oscar Martínez) vive en Barcelona desde hace 40 años. Allí construyó una carrera literaria brillante, plagada de premios, reconocimiento y euros. También cosechó un Premio Nobel de Literatura y, sobre todo, una obra escrita basada en sus recuerdos del lejano pueblo bonaerense de Salas, de donde se fue y al que no piensa volver nunca más.
Sin embargo, una carta de su pago natal le reaviva la curiosidad y decide darse una vuelta por unos días en los que sus antiguos vecinos lo homenajearán por el premio recibido en Suecia. Aunque en realidad en la lejana tierra lo espera mucho más que una medalla y un aplauso.
El ciudadano ilustre representa la mirada de la clase media internacionalista argentina, esa que tiene sede central en Buenos Aires y sucursales a lo largo de todo el país. Porque, se sabe, el país más austral del mundo pretende ser la capital de Europa en América Latina. Y porque todo argentino de bien es más español que jujeño, más francés que neuquino, más merecedor de una reina que de un barón del conurbano.
Mariano Cohn y Gastón Duprat, que dieron el gran salto de reirse de los feos de clase media baja (en el legendario Cupido, de Muchmusic) a satirizar el planeta snob del mundo de las artes plásticas (en El artista, con Sergio Pángaro), eligen aquí pintar la pequeña aldea provinciana con una mirada tan porteña/europeista que termina pegando la vuelta y se transforma en una certera salpicadura de ácido sobre ese mismo sector sociocultural.
El Mantovani de Oscar Martínez la pasa mal desde que se sube al remis que lo lleva del aeropuerto de Ezeiza a Salas. Como un viaje inciático a un deja vu que no quería sentir, el recorrido por una ruta inhóspita es apenas la introducción a un virtual descenso a los infiernos del subdesarrollo.
Así es que, según la firma de Cohn/Duprat, el literato se cruza con enormes retratos de Perón y Evita, videos-homenaje con locutor kitsch, un intendente grasa, un concurso de pintura clase B, una ex novia (Andrea Frigerio) y un amigo de la infancia (inquietante Dady Brieva) con más vueltas de tuerca de las que uno querría descubrir.
El calvario de nuestro antihéroe está narrado con el acierto del guiño cómplice. El film está dirigido a quienes miran a esos pobladores de Salas como los mira Mantovani: por arriba del hombro, con el sentimiento camp de quien se cruza una película de Isabel Sarli en el cable y la deja para disfrutar de lo burdo.
Salas es el Plan 9 de la Argentina/Ed Wood, esa que quiere ser pero no le da el piné. O que ni siquiera pretende nada que no le haya puesto el destino en frente. Mantovani hace su inmersión en el pantano del fracaso y termina enlodado.
Tiene razón Mantovani, alterego de los realizadores: ser argentino, irse a Europa y volver es una película de Enrique Carreras, pero una que toca protagonizar y sufrir de adentro. Aunque con pasaporte de la Unión Europea tiene otro gustito.
Desde el casting hasta la foto, pasando por un guión que hace del clima y la tensión dramática una religión, El ciudadano ilustre cuenta de forma impecable lo que quiere contar. Y eso es algo que en el cine no tiene nacionalidad.