Volviendo a tocar temas que recorren toda la filmografía hasta el momento de Mariano Cohn y Gastón Duprat, tales como el arte, el cinismo y la eterna lucha entre lo sofisticado contra lo burdo, El ciudadano ilustre se convierte en el film más entretenido de los directores de El hombre de al lado (2009). A la vez encuentra nuevas fallas que, desafortunadamente, no lo vuelven el trabajo mejor logrado de la dupla.
Después de haber estado lejos de su pueblo natal por más de cuatro décadas, el ahora exitoso escritor Daniel Mantovani (Oscar Martinez), ganador del premio Nobel de literatura y exiliado en España, decide volver al pueblo argentino de Salas donde será condecorado como ciudadano ilustre. Siguiendo las reglas clicherísticas de “pueblo chico, infierno grande”, la estadía de Mantovani en Salas se irá transformando paulatinamente en un calvario que por momentos parece responder a la estructura de los films de horror estadounidense donde el o los visitantes quedan a merced de unos provincianos más que locos.
El protagonista se haya atrapado a voluntad entre muestras y actividades culturales de escaso talento, la pasividad agresiva con el que lo trata su viejo amigo Antonio (un Dady Brieva que no llega molestar pero que denota el empeño, por parte de él y los directores, de crear un nuevo Victor, el personaje de Daniel Araoz en el film de 2009) y el absurdo de los variopintos provincianos que rodean a Mantovani con invitaciones a cenas, una entrevista televisiva y paseos en camión de bomberos o en camioneta, manejando un genial antes y después visual. Con ello, Cohn y Duprat ofrecen una serie de gags que, siendo el factor humor donde resalta lo mejor de la historia, divierten y mantienen el interés sin dejar lugar a tiempos muertos como ocurría con otros de sus films. Sin embargo, cuanto más adentrado se encuentra uno en el relato (dividido en cinco capítulos), los mismos por momentos tiendan a agotarse siendo víctimas de una reiteración presente que incluso devela el camino que tomarán ciertos eventos a posteriori.
Pero quizás el mayor defecto de la historia sea recaer en un discurso sofisticado que posiciona a los directores y al guionista (Andrés Duprat) al mismo nivel de pretensión egocentrista del protagonista. Y es que los temas que aborda el film, como el lugar del artista, lo rústico de ciertas sociedades, la hipocresía cultural y la mediocridad presente más allá del éxito, están bien tratados siempre y cuando no son acompañados por un discurso transformado en mensaje literal y algo burdo, carente de sutileza, como algunos de los habitantes de Salas. Si en El artista (2008) o El hombre de al Lado para bien o mal quien triunfaba era el artista con aires de grandeza, posicionado falsamente por encima del resto, con El ciudadano ilustre lo sofisticado pierde ante el humor de efecto directo dando por resultado un film disparejo, que cumple pero con ciertos baches que lo vuelven algo tosco en su estructura. A fin de cuentas, un habitante más de Salas.