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Sin cinismo, pero con humor negro, la película con Oscar Martínez interpela al público en todo momento.
Una radiografía o un espejo de ciertos aspectos de nuestra sociedad es lo que devuelve la pantalla cuando nos sentamos cómodamente en nuestras butacas a ver El ciudadano ilustre. No hay cinismo, ni tampoco hipocresía, sino sarcasmo e ironía.
La misma que la dupla Duprat y Cohn destilaban en El hombre de al lado (2009), porque en el fondo el planteo es similar: una acción del protagonista genera una reacción de su entorno (el vecino en El hombre..., más de un habitante del pueblo al que regresa Daniel Mantovani en El ciudadano...). Y el público asiste, algún espectador más atónito que otro, a una escalada de violencia ante la que debe tomar una posición.
Mantovani (Oscar Martínez en otra labor que lo consagra allí arriba, y que demuestra cómo el cine argentino “se lo perdió” durante tantos años) es un escritor que dejó Salas, su pueblito bonaerense, se afincó en Europa y ganó el Nobel de Literatura. Entre tantas invitaciones para dar conferencias, que rechaza una otras otra porque es un tipo de pocas pulgas y un hueso duro de roer, que cuestiona hasta a la Academia sueca cuando lo premia, le da el OK a la de su pueblito, que lo quiere declarar Ciudadano ilustre.
Se alejó durante décadas, pero las vivencias que tuvo allí, en ese pueblo chico, nutrieron y están más que latentes en las páginas de sus obras. Así que cuando llegue será recibido con bombos y platillos -cochebomba de bomberos y un remis destartalado incluidos-, pero también con resquemores y ánimo de venganza.
Si no es fácil alcanzar el éxito, los recelos y la envidia suelen ocupar tanto o más esfuerzo. E intolerancia. Mantovani no es un tipo simpático, y lo sabe, pero es sincero. Los directores juegan a la contraposición. Es una constante. Mantovani con el intendente, que aprovecha la situación buscando rédito político del visitante, Mantovani con un artista local, y con dos coprotagonistas.
Es que los personajes centrales, Mantovani y los que componen Andrea Frigerio -aún afeada y sin maquillaje es lindísima como Irene, la novia del pueblo a la que dejó cuando eligió partir a Europa- y Dady Brieva -Antonio, el tipo con el que se quedó Irene- parecen creados, cortados con rigor, y tienen un solo rostro.
La trama le va presentando al (anti)héroe distintas vicisitudes, y también al espectador. El ciudadano ilustre es una película que interpela. Lo hace las mayoría de las veces con humor negro, pero no es una comedia.
El conformismo es un tema abordado, y también las contradicciones intelectuales y cómo funciona el mundo literario -Mantovani, que se siente superior al resto, desde que ganó el Nobel no volvió a escribir ninguna novela-. es una película punzante, negrísima y siempre atrapante y entretenida.