Estampas del ser nacional en buena historia de pago chico
El film de Cohn y Duprat es una franca pintura de nuestras torpezas y mezquindades y, en su aparente sencillez, alberga una gran riqueza a descubrir.
Con esta comedia satírica de creciente extrañeza, risa decreciente, interés constante, elenco justo, riqueza semioculta y remate preciso, Mariano Cohn, Gastón Duprat, y el guionista Andrés Duprat completan la trilogía iniciada por "El artista" y "El hombre de al lado". Una donde tipos prestigiados por "la Cultura" chocan con los demás mortales. Pero también, como dijo alguien, una sobre la incomodidad de la persona consigo misma y con los demás. Recordemos el origen latino de la palabra "persona" (máscara usada por el actor), revisemos el uso de "la Cultura" frente a la simple cultura, y la cosa se pone aún más interesante.
He aquí un tipo que ha triunfado fuera de su tierra, y hoy vuelve a ella, desdeñoso y evocativo. Es un Nobel de literatura. ¿Qué le importa al grueso de sus coterráneos la literatura? Agradecen que puso el nombre del pueblo en boca del mundo, luego empiezan a verle la hilacha, y después ya lo cascotean. Sobre todo, si su obra se inspira en los chismes del pueblo, tipo Manuel Puig, honra y deshonra de Coronel Villegas, a donde nunca volvió, según dicen.
Pintura franca de nuestras torpezas, mezquindades, vanaglorias y mutuas incomprensiones, de nuestros gustos proclamados con mal gusto, y otras cuantas cositas del ser nacional volcadas en una historia de pago chico donde se juntan el cielo perdido con el purgatorio vecino al infierno, al ciudadano lo ostentan un día de pie sobre un vehículo, y lo sacan una noche, también de pie sobre un vehículo, no diremos con qué fines. También hay un gaucho de fantasía que busca plata y otro sin disfraz que brinda un mate al afligido. Un discurso de protesta (es el miedo a la "canonización terminal" del Nobel) y otro de alegría. La negación y la confirmación del sufrimiento como fuente de inspiración. Una fuente seca en el pueblo que inspiró al escritor ahora seco. Etcétera. Más ve uno esta película, más cosas le descubre. Y eso que parece sencillita nomás.
Muy bien Oscar Martínez, presente en todo momento. Acompañan Dady Brieva, Andrea Frigerio, precisa en cada detalle, Manuel Vicente como funcionario bien intencionado; Marcelo D'Andrea (el prepotente del pueblo), el joven Larquier Tellarini (el conserje), Iván Steinhardt, Belén Chavanne, muy natural y al natural, lo cual se agradece, y largo elenco de rostros bien elegidos. Se disfruta. Dan ganas de rever las anteriores. Y recordar la teoría del a veces recordado Leo Sala: toda trilogía implica una tetralogía. La cosa se completa entonces con la menos apreciada "Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo".