La argentinidad al piso
El ciudadano ilustre empieza con alguien que recibe el premio Nobel de literatura. Es un escritor argentino. El discurso que da al recibirlo contradice todas las reglas de la demagogia, el protocolo o la simple diplomacia. Ese escritor misántropo siente la aprobación como una condena. En ese sentido hace pensar en Jean Cocteau, que al recibir un premio dijo: “Los premios no hay que rechazarlos, hay que no merecerlos”. Lo que sigue son cinco años de bloqueo creativo. Con un pasar económico cómodo y con un prestigio que no se apaga, Daniel Mantovani (Oscar Martinez) se ve tentado por una invitación pobre y algo ridícula de su pueblo natal, Salas, en la provincia de Buenos Aires, Argentina. Mantovani hace años que vive en Europa pero se lanza a la aventura de volver, solo, a ese pequeño pueblo para recibir un premio: el de Ciudadano ilustre.
Gastón Duprat y Mariano Cohn dirigen el guión de Andrés Duprat que sin duda es una historia a contramano de la inmensa mayoría del cine argentino de los últimos quince años. A no confundirse, hubo grandes películas en esos años, pero había algo ausente, una mirada que no era común ver, y esa mirada la trae El ciudadano ilustre. Todas las cinematografías, incluso las de los países con estricta censura, suelen tener una mirada crítica en muchos de sus films. Incluso las cinematografías más amables con películas más comerciales suelen incluir un cuestionamiento. Pues el cine argentino del siglo XXI casi no lo tiene, al parecer, la última década no ha tenido conflictos, ni problemas, y todo el mal ha quedado circunscripto a un sector de la sociedad durante la última dictadura militar. El cine de la última década se ha encargado de esconder el malestar, de fingir una tranquilidad que no se ha vivido en la realidad del país. Pocos films, más allá de su ideología, han mostrado al menos esta tensión. No es que cada película tenga la obligación de mostrar tal o cual cosa, simplemente es la suma de films la que hace sospechar una actitud complaciente, tibia, cómplice, con el poder de turno. Por eso, entre otras cosas, es un oasis El ciudadano ilustre.
Cuando Mantovani vuelve a Salas se encuentra no solo con un pueblo, sino con una idea de la argentinidad. Una sociedad cerrada que primero dice estar orgullosa de su hijo pródigo, pero que pronto revelará que lo desprecia. No al escritor en sí, sino lo que la existencia y el discurso que él tiene significa. Mantovani es un artista revulsivo, dice lo que no quieren escuchar, deja de dorarles la píldora nacionalista y le habla de un mundo de ideas superior a una bandera. Toda la acumulación de Dios, patria, familia que el pueblo exhibe con orgullo de desarma cuando Mantovani empieza a decir lo que piensa. Primero él intenta ser amable, condescendiente, hacer caso omiso de las cosas que lo molestan. Pero pronto todo estallará y tanto él como el pueblo comienzan una batalla que no es otra cosa que una batalla de valores.
A pesar del humor, que podrá provocar risas, no hay duda, la película es de una ferocidad sin precedentes. Ni Perón, ni Evita, ni el estado, ni la iglesia, ni la Cultura (así, con mayúsculas), ni la familia se salvan. El patrioterismo barato, el arte visto por países y no por calidad, todo recibe su merecido. No se trata de coincidir con el misántropo Mantovani, se trata de la alegría de saber que haya cineastas que conservar su mirada intacta a pesar de años de artistas dormidos y distraídos. Como siempre, Gastón Duprat y Mariano Cohn, directores de películas como El hombre de al lado, tiene gran afecto por los detalles, y aunque la película se vea sencilla, está plagada de esos elementos sutiles que acompañan el contundente resultado final.
Desde los secundarios desconocidos hasta los actores principales, todos encuentran el tono perfecto para que la película no se convierta en un grotesco, ese otro género tan caro al corazón argentino. El más sobrio de los actores, Oscar Martinez, consigue darle toda la fuerza a su personaje y mostrar con contundente sentido común, lo disparatado que es el mundo en el cual fue criado. Martinez suma aun más a su impecable carrera de actor. Excelente elección para los directores y su discurso contra todas las modas. El éxito de El ciudadano ilustre sería una gran noticia para el cine argentino. No por cuestiones de nacionalismo, sino por nuestro propio bien como sociedad. Argentina, europea, asiática o marciana, las ideas de la película tienen el mismo valor. Nos alegra tan solo saber que el espíritu crítico habita en nuestro cine. Por si acaso, y para evitar confusiones a la hora de festejar premios, recuerden siempre las palabras de Jorge Luis Borges: “Idolatrar un adefesio porque es autóctono, dormir por la patria, agradecer el tedio cuando es de elaboración nacional, me parece un absurdo”. Mantovani no podría estar más de acuerdo.