El peso de la crónica histórica sobre la construcción ficcional en ‘El Clan’
La nueva película de Pablo Trapero está basada en los crímenes cometidos por la familia Puccio. Este dato impulsa la totalidad de la campaña de prensa del film no sólo en la búsqueda de acaparar público (hay muy pocos ejemplos de films basados en crímenes/criminales reales en el cine argentino por lo que es un gancho interesante) sino además porque es necesario que ese público esté orientado aunque sea mínimamente hacia la historia de los Puccio para que la película funcione a un nivel emocional. Si separáramos la última cinta de Trapero del hecho real y, más aún, si lo desconociéramos, no nos veríamos para nada afectados por lo la historia, ya que el universo que se construye tiene poco peso dramático propio.
El ejercicio es tratar a la película como tal, separándola de cualquier contexto histórico o técnico que esté por fuera de los límites del film. O sea, es pensar El Clan en su carácter autónomo para luego, si se quiere, agregarle datos referentes a otros niveles (contexto histórico de la diégesis, contexto histórico del estreno, filmografía del director, etc.). El Clan no funciona como hecho autónomo porque no plantea un punto de vista autoral sobre lo que se está narrando. Durante el metraje, la focalización se mueve entre Arquímedes y Alejandro pero la elección de los momentos en los cuales se corre esta focalización no parecen responder a una lógica narrativa que se haga cargo de esto más que por el hecho de dar dinamismo al relato. Otra decisión, cuyo resultado atenta contra la historia, es la de estructurar la narración a partir de algunos acentos dados por secuencias de montaje paralelo acompañadas de música extradiegética.
Estos “clips musicales” sólo parecen ocupar ese lugar para dar paso a alguna que otra elipsis temporal y, una vez más, otorgar cierto dinamismo a costa de romper el acercamiento emocional hacia los personajes. La lógica interna de esas secuencias funciona, pero están enmarcadas en una película que usa (y a veces abusa) de la cámara móvil para lograr un acercamiento de “retrato documental” al interior de la familia; entonces, el contraste rompe completamente la organización establecida desde el plano inicial.
El Clan es la película menos comprometida de Pablo Trapero.
Lo nuevo de Trapero es su obra menos comprometida. Es la única en donde no se plantean grises en la construcción de los personajes ni se intenta reflexionar sobre su visión del mundo. El Zapa en El Bonaerense y Julia en Leonera se enfrentaban al ingreso a un mundo con reglas que les eran desconocidas. El desafío era transformarse para adaptarse sin dejar de ser lo que eran en esencia. Sosa en Carancho ya se había transformado hacía rato y entendía que la única forma de dormir por las noches era establecerse reglas morales propias que justificaran sus actos. ¿Qué hay de todo esto en el Arquímedes de El Clan? ¿En qué momento lo vemos intentando adaptarse a ese mundo desconocido que para él es la vida en democracia? ¿Cuáles son sus grises? Todo ser humano tiene diferentes dimensiones, todos, de alguna u otra forma, justifican sus actos; excepto Arquímedes, porque Trapero no pudo separarse de las crónicas policiales. El mecanismo mismo del cine permite que el espectador empatice con cualquier personaje por más siniestro que sea, y de ahí se desprende su poder de reflexión, al permitirnos pensar desde el lugar del otro. Lamentablemente, El Clan no nos habilita esa posibilidad.
Mucho se va a hablar de la actuación de Guillermo Francella, de la pericia para manejar la steady cam, del plano final de la película y del trabajo de investigación de Trapero. Me gustaría recordar que los crímenes de Ed Gein inspiraron obras tan diversas como Psicosis, La Masacre de Texas y El Silencio de los Inocentes. Nadie las consideró malas películas por no respetar a rajatabla el hecho del cual partieron. Ninguno de nosotros se quejaría de que Gein no manejaba un hotel. En el extremo opuesto, nadie entiende la densidad del universo de una película como Argo por conocer el caso.
Todos sabemos (espero) que el cine es cine. Agradecemos que por 2 horas nos sumerja en mundos posibles, nos entretenga y nos dé material para pensar. Tal vez el problema no sea de la película, tal vez deberíamos reflexionar si estamos listos como espectadores para aceptar poéticas a partir de la memoria histórica sin caer en la literalidad extrema y la recreación televisiva. El póster promocional de El Clan reza: “La realidad supera a la ficción”. Una pena que esta vez sea cierto.