Desmadre nivel: Suburban mom.
La monotonía de la cotidianeidad es uno de los tantos infiernos que pesa sobre el ser moderno, más aún sobre las madres que balancean la vida profesional y amorosa con la crianza de sus hijos, la vida marital y el mantenimiento del hogar. La recurrente fantasía escapista de una realidad sin responsabilidades que les permita vivir sus días a pleno es el sustento de El Club de las Madres Rebeldes (Bad Moms, 2016), película de la dupla Jon Lucas- Scott Moore, dúo que se mueve en terreno familiar luego de ser guionistas de la saga iniciada con ¿Qué Pasó Ayer? (2009) y directores de 21, la Gran Fiesta (2013).
Por supuesto, en el mejor espíritu de Aquellos Viejos Tiempos (2003), ese “vivir a pleno” se reduce a volver a un estadio adolescente descontrolado que contenga la mayor cantidad de experiencias intoxicantes e irresponsables posibles. En el centro de todo tenemos a Amy (Mila Kunis), madre de dos y empleada part-time que a raíz de una crisis profesional y marital decide dejar de esforzarse por ser una madre competente, y es así como con la ayuda de una madre obsesiva (Kristen Bell) y otra completamente abandónica (Kathryn Hahn) se rebela contra el statu quo materno en una caravana anárquica que la vuelve el blanco predilecto de Gwendolyn (Christina Applegate), la mamá perfecta con peso “político” en el colegio de sus hijos.
El trailer anticipaba un tono demasiado similar al de ¿Qué Pasó Ayer?, y sabiendo que proviene de los mismos creadores, todas nuestras sospechas se confirman. Esta versión femenina del reviente como contraposición a la adultez juega dentro de los límites de aquello que la industria entiende como exceso políticamente correcto, ese que plantea una rebelión que termine exactamente noventa minutos después, cuando rueden los créditos y todos vuelvan a casa en el mismo estado de siempre, pero sintiendo que por un ratito saborearon el fruto prohibido… desgraciadamente esa idea radical cae dentro de los convencionalismos imaginables de este tipo de relatos, sin una exploración profunda.
Pero no todas son pálidas, hay dos cosas que aprendemos de El Club de las Madres Rebeldes: la utilización de “slow mo” con un tema rockero de fondo no arregla mágicamente todas las escenas y la acumulación de diálogos escatológicos no eleva la vara del humor para mayores de 18 años. Kunis no termina de acomodarse dentro de un personaje y un subgénero que no parecen hechos a su medida; Bell y Hahn acompañan pero llegan hasta donde sus encorsetados personajes les permiten.
El relato atraviesa todos los lugares comunes de las historias de saturación seguidas de rebeldía, diversión, realidad, consecuencia y resolución feliz, en ese preciso orden; de manual. De la misma forma en que se puede experimentar rebeldía en clave “mamá” durante hora y media para después volver a la realidad sin ninguna otra inquietud. Como espectadores experimentamos, podemos decir que estamos ante una obra desechable que nos deja poco y nada al abandonar la sala.