Una comedia que no funciona por sus gags ni como crítica social.
No son muy rebeldes que digamos las madres de ese club. No al menos en el sentido estricto del término: ellas cuestionan, se quejan, ejercitan pequeñas actos libertarios y de diversión, pero en ningún momento se plantean que quizás ellas no estén obligadas a hacer lo que hacen. El club de estas madres es, en todo caso, un pequeño bálsamo antes de encarrilarse nuevamente detrás de la senda del status quo.
Segundo largometraje de la dupla Jon Lucas y Scott Moore (responsables de 21, la gran fiesta y el guión de ¿Qué pasó ayer?), El club de las madres rebeldes quiere ser una película concebida como vehículo para un grito contestatario de esas mujeres modernas apresadas entre sus responsabilidades hogareñas y laborales. Pero de lo que se habla en el fondo es de cómo cambiar para que nada cambie.
La voz del relato recae en Amy (Mila Kunis), una mujer de 32 años y madre del primero de sus dos hijos hace doce, que hace malabarismos para cumplir su rol polifuncional. En la puerta de colegio conocerá a otras dos mujeres insatisfechas con las vidas que le han tocado en suerte: una sumisa e incapaz de contradecir al marido (Kristen Bell) y otra madre soltera que vive de reviente en reviente (Kathryn Hahn).
El film no funciona en su nivel humorístico (los chistes son predecibles y poco sorpresivos) ni mucho menos en su faceta “social”, ya que la supuesta rebeldía no va más allá de algún flirteo en un bar, borracheras hogareñas y obligar a los hijos a hacerse el desayuno o lavar sus platos. El combo se completa con una madre cogotuda (Christina Applegate) que es puro desagrado hasta que, sobre el final, explica por qué es como es. El mensaje bienpensante del desenlace muestra que Lucas y Moore vieron una película distinta a la que hicieron.