ESCAPANDO DE ALGUNOS PREJUICIOS
Por esas casualidades de la vida, en la misma semana me tocan cubrir La luz entre los océanos y El club de las madres rebeldes, dos películas muy subestimadas por la crítica argentina, que ha preferido abordarlas desde categorías facilistas y superficiales, cuando merecían un análisis más profundo. En el caso de la comedia protagonizada por Mila Kunis como una madre que encabeza una especie de rebelión a gran escala por parte de las habitualmente dóciles figuras maternales de una escuela, se necesita una visión un poco más compleja, que tenga en cuenta ciertas coyunturas que la atraviesan.
Porque lo cierto es que El club de las madres rebeldes es una especie de coctelera donde conviven diferentes vertientes de la comedia estadounidense actual, y esa convivencia no es del todo armoniosa: hay mucho de lucha interna entre perspectivas, de anarquía narrativa y formal, de identidad múltiple, maleable y deforme. El arranque, con una voz en off de Kunis totalmente redundante, es realmente muy flojo y hace recordar a esas comedias medio pelo protagonizadas por Sarah Jessica Parker o Katherine Heigl. Pero luego de unos minutos, los directores Jon Lucas y Scott Moore (21: la gran fiesta) ajustan unas cuantas piezas y comienzan a encontrar un tono definitivamente soez e impertinente, que les sirve de plataforma para unas cuantas ideas, mayormente audiovisuales.
Y es ahí que surgen algunas secuencias que se alimentan de la estética videoclipera, que son grandes demostraciones de humor en movimiento, del uso de la música como elemento narrativo y de que nadie filma las fiestas y borracheras como en Hollywood. De la mano de estos pasajes, El club de las madres rebeldes se ubica como una reversión femenina de ¿Qué pasó ayer? (por algo los realizadores fueron guionistas de esa trilogía) pero incorporando elementos de los cines de Judd Apatow y Paul Feig. Las mujeres aparecen en la película sobreexigidas tanto en los ámbitos laborales como familiares, con una necesidad imperiosa de encontrar espacios propios y de un disfrute que es censurado por todo un entorno social. El relato encuentra sus aspectos más interesantes cuando expresa todo esto desde el puro movimiento, desde el reviente absoluto y la grosería como una forma de cuestionamiento de las convenciones.
Por el contrario, El club de las madres rebeldes decae fuertemente al explicitar su tesis desde la palabra o las resoluciones obvias. Incluso, en su propósito de darles solidez a los personajes femeninos, sólo presenta personajes masculinos esquemáticos, representaciones estereotipadas bastante maltratadas. Del mismo modo, el film es una permanente apuesta al chiste y su mecanismo de metralleta le termina brindando una estructura indudablemente despareja, en la que no hay una reconciliación fluida de tonalidades y estilos. Aún así, su cierre no llega a ser lo concesivo que se podría pensar inicialmente, porque corre a las protagonistas de los lugares esperados, colocándolas ante nuevos desafíos. Además, cuenta con el plus que otorgan actrices como Kristen Bell, Christina Applegate y especialmente Kathryn Hahn, una verdadera bestia de la comedia, que cada vez que aparece se devora la escena. Sin ser una maravilla, con sus numerosas contradicciones, El club de las madres rebeldes escapa a unas cuantas etiquetas fáciles. Y eso ya es un mérito fuerte.