Conmovedor filme sobre luchas y dolores
El filme cuenta la encendida lucha de un hombre contra un injusto sistema. Y por ese lado el libro tiene algún lugar común y alguna innecesaria condescendencia. Pero lo que queda en pie es suficiente para anotarla entre las mejores candidatas al Oscar. Por su crudeza, por su energía, porque es creíble, pero sobre todo por la soberbia actuación de Matthew McConaughey, que compone a fondo, con infinidad de matices, un chocante enfermo de sida: un drogón homófobo, machista, borracho que deja ver a una industria farmacéutica menos preocupada en curar que en imponer supremacías y ganar dinero. Cuenta la historia real de Ron Woodroof, un electricista y cowboy texano que en 1985, cuando fue diagnosticado con VIH-sida, decidió procurarse los medicamentos que el Estado le negaba y creó una red clandestina de clubes de desahuciados, agrupaciones de enfermos que se resistían al uso de AZT por considerarla dañina, y que apostaron a un cóctel de hierbas y productos alternativos. Ron es el alma de esa lucha y de esta película. Hay que verlo flaco y eléctrico, manipulador y sensible, hay que seguir sus pasos y su mirada, un tipo arrogante a veces insoportable pero siempre conmovedor, que se asocia con un travesti (enorme personaje animado por Jared Leto) y que desde los ruinosos bordes de ese mundo en picada, convierte a su lucha en el mejor cóctel contra la demoledora enfermedad. Filme nervioso, áspero, desgastado como su personaje, que no trafica ni con los golpes bajos ni con el suplicio de esos enfermos y que en su ferocidad encuentra el mejor modo de salir a flote y redondear un personaje que duele, carnal, infatigable, un moribundo que llena de vida toda la película.