Los films que narran historias de vida suelen caer en el vicio de señalar con el dedo o querer convencernos de qué está bien y qué está mal. Un problema, por cierto. Y si bien este film, con justas nominaciones al Oscar para Matthew McConeaughey y Jarde Leto, no logra escapar del todo al vicio, al colocar el foco en la tensión que se establece entre las ansias de vivir del protagonista y cómo eso lo lleva a montar un negocio –y eso, y no otra cosa, a desafiar sus propios prejuicios– logra que la película sea, también y por suerte, otra cosa.
La historia es real: un cowboy homofóbico que se contagia de SIDA por no usar preservativos, al que le diagnostican un mes de vida y que casi muere más rápido por tomar AZT, empieza a buscar tratamientos alternativos, logra sobrevivir y monta un negocio. McConeaughey es puro nervio, pura precisión en el film y eso diluye casi toda posibilidad de caer en la lástima o la lágrima fácil.
El otro aspecto interesante del film es que está siempre en movimiento, que no se detiene demasiado en lo trivial sino que busca ir siempre al núcleo de la situación. El film no carece de humor, y plantea sobre todo la idea de la supervivencia a cualquier costo e incluso la del grupo heroico. La enfermedad, a fin de cuentas, es lo de menos. De lo que se trata es del melodrama del hombre en peligro, de qué se vale para sobrevivir y qué aprende en el camino.