Dallas Buyers Club no es solo la historia de un hombre que contrajo sida, ni tampoco se estanca en mostrar cómo éste es víctima de la discriminación de uno de los territorios más intolerantes de Estados Unidos (Texas), sino que además tratando este tema tabú se anima a presentar una dura crítica a la FDA (US Food and Drug Administration) y a la industria farmacéutica.
Uno de los grandes méritos del director canadiense Jean-Marc Vallée y sus guionistas Craig Borten y Melisa Wallack es dotar al protagonista de la historia de una ambigüedad moral que no siempre lo muestra tomando acciones encuadrables dentro de los parámetros de lo normal y correcto. Desde el principio sabemos que el imprudente estilo de vida de Ron Woodroof es la causa de esta cruel enfermedad que tomó por sorpresa al mundo en la década del ochenta. Y además en la desesperación de querer sobrepasar ese límite de 30 días de vida que le dan los médicos, Ron realizará una lista de actos punibles que lo pondrían en aprietos con San Pedro en las puertas del cielo. Pero aun así, desde aquí abajo, desde la butaca del cine, el espectador sentirá una empatía irrefrenable hacia este sujeto que a su modo luchó no solo contra la enfermedad sino contra una política de estado que en conjunto con los laboratorios pareciera haber hecho la vista gorda con la epidemia para alzarse con una buena cantidad de billetes.
Matthew McConaughey nos invita con su interpretación de Ron Woodroof a que nos olvidemos de papeles como el de Dirk Pitt (Sahara), Ben Barry (Cómo perder a un hombre en 10 días) y Finn (Amor y tesoro) entre muchos otros de su irregular carrera. Pero por suerte observando sus proyectos en producción todo parecería indicar que seguirá el camino de las buenas actuaciones (algo poco común en Hollywood luego de obtener un premio Oscar) por ejemplo con Interestellar bajo la tutela de Christopher Nolan.