Antes de entrar a ver Dallas Buyers Club uno tranquilamente puede pensar: “Está película me va a hacer mal”, y si el espectador es sensible ya la sinopsis lo puede predisponer de esa manera.
Por ello, hay que elogiarle a la película, que si bien tiene puntos verdaderamente tristes en lo que hace a la historia, no cae el lugar común de querer hacer sufrir, y a través de su principal personaje afronta el tema del HIV con gran altura.
Esto último se debe al caso real de Ron Woodroof, maravillosamente interpretado por Matthew McConaughey, quien puso todo en el papel. O mejor dicho dejó todo para hacerlo por los kilos que tuvo que adelgazar. Algo realmente comprometido para un galán consagrado en Hollywood.
No solo a nivel físico hay que elogiar su performance sino también como logró transformar el personaje desde un burdo estafador hasta un abanderado por los derechos de los enfermos de SIDA (y gran hombre de negocios).
La polémica por el famoso AZT y la mafia de los laboratorios es una cuestión muy vigente y en boga hoy en día, pero en los 80s era un tema que ni se tocaba ya que la enfermedad para gran parte de la población afectaba solamente a los homosexuales.
Lo que hizo Woodroof es admirable y así lo supo captar el director Jean-Marc Vallée pero no solo en narración sino también en términos estéticos a través de esa fotografía “gastada” durante buena parte de la cinta hasta que va adquiriendo brillo sobre el final.
Otra cuestión que no se puede pasar por alto es la otra transformación: la de Jared Leto como travesti, papel que seguro le valdrá el Oscar.
Lo único que se le puede criticar al film es que a algunos se le puede hacer un poco largo y teniendo en cuenta que dura menos de dos horas quiere decir que su ritmo es lento. Pero está bien que así lo sea debido a la temática y los personajes, pero bueno, es un dato para tener en cuenta.
Dallas Buyers Club es una película que encuentra esperanzas en donde no las hay de la mano de un elenco sublime.