Con el vértigo de la violencia
Jason Statham (algo así como el 75 por ciento del atractivo de esta película) está firmemente establecido como el gran protagonista actual -y en forma- del cine de superacción. Es así: en Los indestructibles (en las dos) el jefe Stallone le da el segundo lugar en importancia. Statham corre, salta, vuela, pega piñas y patadas con precisión y fuerza, maneja armas de fuego y armas blancas, tiene la mandíbula hecha de puras líneas rectas y la frase sarcástica siempre lista y mascullada con prestancia. En El código del miedo , a Statham le quitan todo, con maldad maligna, como en los thrillers "de venganza" de los setenta y los ochenta. Así, la reacción, cuando aparezca, aunque no por venganza sino por tener alguien a quien cuidar, será todo lo decidida y pertinaz que el género merece en esta variante.
¿Cuál variante? La de la disposición de disparates apilados para que el héroe emerja con claridad junto a su protegida, y hagan frente a una absurda acumulación de malos, malvados, pérfidos, sádicos y corruptos que no vacilan en traicionar y matar con velocidad realmente llamativa. Los buenos, bah, el bueno, también es veloz para la tarea, y no hay en esta película esos estiramientos de "esperá que ahora te mato". Acá las decisiones para disparar las balas son tan veloces como éstas. Y si bien por momentos se sufren algunos excesos en los temblores de los planos y se padece un poco de velocidad cool en la edición de los segmentos de mate y rompa, hay buena mecánica narrativa para que se entienda -si se está atento y sin pavear con el celular- quién mata a quién y también a cuántos, incluso en los momentos de mayor aceleración de cadáveres por segundo.
¿De qué trata El código del miedo ? De un hombre rudo y cuesta abajo que vive en Estados Unidos y de una niñita china que vive en China y posee una tremenda habilidad para los números. En algún momento se juntan (en Nueva York), por obra y gracia de un guión que les mete en la cabeza a unos villanos que la mejor manera de guardar unos códigos largos es que la niña prodigio los memorice (¡!). En medio de una acumulación de chinos malos, rusos malísimos, políticos resbaladizos y untuosos y corruptos, policías neoyorquinos súper corruptos y agentes con pasados turbios y asesinatos en su haber, el argumento se complica innecesariamente, y por momentos se nota el "acá ponemos líneas de diálogo a pura explicación". Lo que importa en un producto como El código del miedo , sin embargo, es que en muchos momentos se sienta el vértigo festivo del movimiento violento y desatado. Y eso está, con el agregado de la fotogenia y el carisma de Statham. Si quieren más y mejor, tienen Los indestructibles 2 . Pero si ya la vieron, El código del miedo es una buena manera de engañarse y creer que el cine de acción de hoy se parece al de los ochenta, al de línea media confiable, ese que iba directo a video pero por suerte en este caso, para mayor espectacularidad del disparate, rescatado en el cine.