Sin nervio ni sensibilidad
Se ha ido creando un consenso bastante general respecto a que Jason Statham es la mejor estrella de acción de la actualidad, superando incluso en carisma a Dwayne Johnson. El tipo ha recuperado cierto estilo de las figuras que cimentaron el género en los ochenta y noventa, combinando los mejores elementos aportados por Bruce Willis, Jean Claude Van-Damme, Arnold Schwarzenneger y Sylvester Stallone. Posee un extraño carisma, construido a partir de su cara de piedra bajo la que oculta una pátina de ironía y sensibilidad en dosis saludables, además de patear traseros como los dioses. Por algo Stallone lo puso en el papel del segundo al mando en el grupo de mercenarios de Los indestructibles. Eso sí, a pesar de su abundante producción (básicamente lo único que hace son films de acción), todavía no consiguió hacer esa gran película consagratoria y emblemática. Willis tuvo a Duro de matar, Schwarzenneger a Terminator, Stallone a Rambo, Statham…. Algunos podrán decir que El transportador es un gran protagonista para una gran saga, aunque estarían exagerando bastante.
El código del miedo, lamentablemente, no va a ser ese film que ponga al actor en la Historia. Hay que reconocer al menos que el relato intenta desestabilizar un poco al espectador, combinando varias franjas temporales y espaciales. El objetivo es ir hilvanando la historia de Mei, una niña con una llamativa habilidad para realizar cálculos matemáticos y memorizar todo lo que ve, que es perseguida por las tríadas chinas, la mafia rusa y un grupo de policías corruptos, y que es protegida y ayudada, casi por casualidad, por un ex luchador y agente especial, Luke Wright (Statham), cuya esposa fue asesinada, cayendo por completo en desgracia y quedando al borde del suicidio.
Se ve indudablemente una intención de presentar a protagonistas caracterizados básicamente por la pérdida o la soledad, que consiguen seguir adelante gracias a la mutua compañía, rememorando en parte a films como Nikita y El perfecto asesino, pertenecientes a la etapa en que Luc Besson daba la impresión de tener un corazón en su interior y no solamente una caja registradora. Pero tanto esas películas como otros ejemplos de aventuras sostenidas en los vínculos humanos (Mundo acuático, todo el cine de James Cameron) necesitaban de instancias de pausa y construcción de las relaciones. Eso no pasa nunca en El código del miedo: todo va rápido, sin pausa y, lo más grave, sin justificación para las sensaciones y decisiones de los personajes. Como muestra sirve una escena en donde Luke le explica a Mei que la está ayudando porque al verla volvió a encontrar una razón para vivir, pero para el espectador es casi imposible entender cómo llegó a esa conclusión tan rápido, así nomás, de forma absolutamente arbitraria. Es que pocos realizadores pueden avanzar velozmente y aún así construir instancias dramáticas. Uno de ellos es Steven Spielberg, y Boaz Yakin, director de esta película, definitivamente carece del talento que posee el realizador de E.T..
En consecuencia, la amistad entre Luke y Mei nunca hace progresar realmente la trama, que sólo avanza en base a las escenas de acción y pelea, que tampoco son precisamente una maravilla. Sin la pulsión de espectacularidad suficiente, pero tampoco con la sensibilidad requerida para introducir un tono intimista, El código del miedo queda envuelta en la intrascendencia y mediocridad. Lo bueno es que, al menos, Statham sigue teniendo mucho para dar.