Un lado B oculto de la Segunda Guerra
Un complejo retrato nos ofrece el realizador noruego sobre Alan Turing, perseverante matemático, víctima de la hipocresía de su época. El suspense de cierto cine inglés, con acentos en complejas ambigüedades para una trama atrapante
Desde hace algunas semanas, nuestra cartelera nos invita a ver algunos de los films que presentan numerosas candidaturas para la noche de los Oscars; tal vez, el programa espectáculo más visto y esperado por gran parte de la población mundial. Ciertamente, el único en lo que hace a la temática del cine; ya que en lo que respecta a Berlín, Cannes, Venecia, San Sebastián, sólo se transmiten fugaces flashes.
No obstante, algunos films de los nominados, tales como Whisplash Música y Obsesión, de Damien Chazelle, y Foxcatcher, de Bennet Miller, estuvieron contados días en cartelera en nuestra ciudad. Y en el caso de la reposición de Grand Hotel Budapest, del siempre ocurrente Wes Anderson, no contó con la respuesta de público esperada.
Impensable era hace algunas décadas llevar al cine este acercamiento que hoy nos presenta El Código Enigma, a quien fuera uno de los más prominentes y silenciados protagonistas de una operación de desciframiento que evitó catástrofes mayores. Y le cupo a Mortem Tyldum, realizador nacido en Noruega en 1967, a quien ya conocemos por Cacería implacable, de 2011, llevar adelante este proyecto que ya mereció por su trama argumental algunas versiones anteriores, tanto en cine como en TV; pero que evitaron internarse en los pliegues íntimos de Alan Turing, quien estuvo al frente de la operación Enigma, en lo que hace a la investigación sobre este sistema cifrado que le permitía a los nazis anticipar, inclusive, el envío de información a sus aliados en los días de la Segunda Guerra.
Desde un juego de vaivenes temporales, El Código Enigma, nominada a los premios Oscar en siete categorías, se abre a un tensionante pendular de miradas en espacios cerrados y zonas expuestas al próximo bombardeo. Pero en su racconto hacia los días de la infancia, quedará sellada la melancolía de su personaje, ligado desde la ternura y comprensión a su amigo Christopher; nombre clave y posteriormente fundacional en la vida de este investigador que debió enmascararse, ocultarse, para no ser condenado por su homosexualidad.
La vida institucional escolar de esta Inglaterra post victoriana estará marcada por el dolor y el desaliento. Pero asimismo, por los gestos de camaradería y deseo junto a su gran amigo; roles que interpretan los muy jóvenes actores Alex Lawther y Jack Bannon, ambos ya protagonistas en seriales televisivos. Desde esos días, cifrar un mensaje sobre ese sentimiento que está rechazado por la mirada de los otros se había transformado en una velada declaración de amor.
El film mismo, guionado a partir de una singular biografía que hoy es éxito editorial, se nos presenta como un enigma a descifrar. Y no ya por las operaciones que competen a campos científicos, tecnológicos, lo que abre a una continua duda y arroja sombras de sospechas; sino, particularmente, por los ecos de ese suspense que caracteriza a cierto cine inglés, que pone el acento en la compleja ambigüedad que nos sale al cruce. Y aquí los primeros planos, los rostros, el comportamiento gestual y los indicios van armando una imantada trama.
Su título original, The imitation game, nos lleva a pensar todo el relato como el acto de poner en escena narrativa toda una serie de simulacros. Las diferentes identidades, si bien se muestran a cara descubierta, no obstante, muchos de ellos, y en nombre de lo que se deberá destruir luego, nos revelarán paulatinamente otros rasgos de sus conductas. Desde el momento inicial en el que un hombre deberá callar a lo que fue expuesto, todo el film es un levantar y bajar telones sobre lo que irá aconteciendo. Y es la misma sociedad inglesa la que pasa al proscenio, que en nombre de sus tradiciones y de las buenas costumbres, condenará a una experiencia de horror al hombre que, paradójicamente, ayudó a que no fuera reducida a cenizas.
Alan Turing, experto matemático y criptógrafo, nacido en Londres en junio de 1912 se sentirá empujado al suicidio en 1954. Siete años más tarde, el director inglés Basil Dearden, presenta Victim. En este puritano país, el primer film que en tierra inglesa aborda el drama que debe afrontar un destacado abogado, interpretado por el talentoso Dirk Bogarde, sometido a un chantaje por su homosexualidad; conducta que, como a tantos, lo podría llevar a prisión. En nuestro país se conoció con el nombre de Los vulnerables, y en España se estrenó tres semanas antes de la muerte del dictador.