Mente brillante rendida a Hollywood.
El film sobre parte de la historia de Alan Turing es la versión que los estadounidenses quieren ver de aquel inglés que inventó un aparato de desencriptación y sufrió el rechazo de una sociedad conservadora que aún perdura.
En Hollywood todo puede transformarse en otra cosa hasta que un matemático introvertido se manifieste como un personaje cinematográfico con cierto carisma. Las reglas están establecidas de antemano: no importa si la vida del personaje fue así ya que el sello "basada en una historia real" encubre el engaño, y al mismo tiempo, universaliza al personaje y al contexto en que se desarrollaron los hechos. Tampoco interesa que el genial Alan Turing fuera humillado y silenciado hasta hace poco tiempo por su homosexualidad, ni menos que se suicidara a los 41 años en 1954, luego de que se experimentara con su cuerpo por semejante decisión de vida ajena al té de las cinco de la tarde británico. En la galaxia Hollywood con posibilidades académicas para el inminente Oscar se tiene derecho a reconvertir a Turing en un solitario freak con tendencia a la caricatura autista al que el contexto mira de reojo pero al que se tiene que escuchar porque el tipo es el único que puede llegar a descifrar unos códigos de comunicación que los nazis utilizan durante la Segunda Guerra Mundial. Por eso El Código Enigma es la versión que los estadoudinenses quieren ver de aquel inglés que junto a su equipo de colaboradores inventó un aparato de desencriptación al que se toma como un antecedente primitivo de las computadoras. Ahora, ¿cuál es el problema que Hollywood manipule a su antojo la vida del científico y elija sus momentos públicos antes que los privados, dirigiéndose a la corrección política? Ninguno, por supuesto, porque El Código Enigma, concebida por el cineasta noruego Morten Tyldum, es un thriller más que una biografía autorizada o escandalosa y una serie de acertijos, preguntas, fracasos iniciales y victoria final de un grupo de obsesivos contratados por el poder político para sumar y concretar la derrota nazi. Y punto: la película no va más allá de un cuentito bien narrado, prolijo y académico como los films ingleses de exportación (por ejemplo, El discurso del rey, otro Oscar no tan lejano), con un notable plantel actoral (Cumberbatch en su perfecta "composición" y Keira Knightley merecen elogios, también el resto) y esos textos cuidados al detalle que pertenecen a la tradición británica y que pueden disfrutarse al momento que Turing tiene el primer encuentro con sus futuros jefes. ¿Se recordará El Código Enigma con el paso de los años? Ni ahí, aunque tal vez se la invoque como la película sobre un matemático genial, un gay reprimido y un tipo introvertido con tics a lo Rain Man dispuesto a colaborar durante la guerra para el beneplácito inglés de aquellos años y el conservadurismo hollywoodense de estos días.