El imaginario de Turing.
En la actualidad vivimos en un constante presente, como si el pasado fuera un corolario o una nota al pie sin un significado ético, político, cultural y filosófico, pero solo el pasado nos revela las grietas candentes de nuestro caótico presente. Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, los aliados comenzaron una batalla contrarreloj para decodificar la máquina codificadora de la Alemania nazi, Enigma. La misma había sido inventada en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial por el ingeniero Arthur Scherbius y estaba conformada por una serie de rotores electromecánicos.
Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la inteligencia británica reclutó a varios criptógrafos, lingüistas, ingenieros y matemáticos para decodificar los mensajes de Enigma siguiendo las técnicas que venían utilizando los polacos y los franceses, quienes habían avanzado en algunos métodos para desencriptar los mensajes de la máquina. Siguiendo las reformulaciones que había realizado sobre las teorías del lenguaje aritmético aplicado a la computación de Kurt Godel, Alan Turing, un joven prodigio de la matemática de la Universidad de Cambridge y experto en encriptación, utilizó el financiamiento del ejército británico para construir una máquina automática de manipulación de símbolos en la que venía trabajando teóricamente con el fin de resolver el acertijo.
El Código Enigma (The Imitation Game, 2014) no solo es un intento de reconstrucción de la odisea que condujo a la decodificación de Enigma. A través de la infancia de Turing y planteando dialécticamente tensiones entre su narcisismo y su genialidad para comprender cómo el matemático se convirtió en uno de los principales ejes de la inteligencia aliada durante la Segunda Guerra Mundial (a través del manejo de información clasificada gracias a la máquina Turing, un dispositivo informático que permitía simular la lógica de cualquier algoritmo), la película de Morten Tyldum (Cacería Implacable, Hodejegerne, 2011) plantea algunas de las teorías filosóficas modernas más importantes respecto de las diferencias entre hombres y máquinas, los principios de la teoría de la inteligencia artificial, la aritmética, la matemática aplicada a la computación, a la vez que defiende posiciones éticas respecto de la violencia, las diferencias y la tolerancia para el progreso de la humanidad.
Basado en una biografía escrita por el matemático británico y activista por los derechos homosexuales, Andrew Hodges, el guión de Graham Moore se centra en tres ejes argumentales. Por un lado, la narración se bifurca en la infancia/ adolescencia de Turing como drama psicológico de formación de la personalidad y los intereses, en la investigación de los académicos que concluye en el descubrimiento de los códigos de encriptación alemanes en clave de film de espionaje, por otro, y en la investigación policial tras el robo a su casa que concluye con el descubrimiento de su homosexualidad como una obra de suspenso, pero que llega incluso a plantear algunas de las innovadoras y fundacionales teorías de Turing sobre la inteligencia artificial, en última instancia.
El director noruego Morten Tyldum logra imponer un tono clasicista a todos estos ejes narrativos, centrándose a nivel argumental en el segundo, pero imbuyendo todo el film con la candidez y la tensión del primero para confluir en el arresto que finalmente condujo a su condena por sodomía y su muerte unos años más tarde en un episodio confuso tras una ingesta de cianuro. En este juego dialectico, todo el argumento se unifica en la misantropía y la imaginación de Turing, magníficamente interpretado por Benedict Cumberbatch, y su imposibilidad de relacionarse, pero sin descuidar la incomprensión y la discriminación que sufrió durante su vida. El Código Enigma interpela nuestro pasado reciente y nos coloca en tanto espectadores ante Alan Turing como jueces de la historia para proponernos su exoneración póstuma como una forma de homenaje tardío.