Ni ofende ni apasiona
Por Mex Faliero
(@mexfaliero)
imitation game uno
Los norteamericanos, aunque no lo parezca, tienen un gran complejo de inferioridad. Lo demuestran con su cine y, específicamente, con el Oscar. Allí suelen maravillarse con el cine inglés, pero con el cine inglés más acartonado y prolijo: hace poco El discurso del rey ganó el premio principal y… ¿alguien se acuerda de El discurso del rey? Hollywood desprecia un poco a Hollywood (de hecho ¿cuántas películas con el sello de Hollywood ganaron en las últimas dos o tres décadas?), y por eso aman esas películas que resumen con su trascendencia impostada un poco lo que entienden como cine arte: es decir, lo que tiene que ser el cine. La Academia desearía que la industria yanqui fuera un poco más como El discurso del rey o como las de James Ivory (aunque a este se le escapaban algunas obras mayores como Lo que queda del día). Y cuando ellos producen una como esas -ponele, Una mente brillante- se excitan y la reconocen. Eso tiene que ser Hollywood, y no otra cosa. Películas como Whiplash o Pulp fiction son anomalías a las que viene bien darles un incentivo. Pero nunca premiarlas.
Este año hay dos películas que cumplen ese rol, una es La teoría del todo y la otra, El código Enigma, dos obras que, por otra parte, parecen correr por caminos paralelos: historias reales de científicos reconocidos con problemas para sociabilizar por X motivo. Y es curioso, pero La teoría del todo es mucho menos satisfactoria aunque -irónicamente- asume más riesgos que El código Enigma. De ahí, también, la trampa del academicismo en estas producciones. Porque la película del noruego Morten Tyldum es la prolija recreación de cómo el matemático Alan Turing logró descifrar unos códigos de guerra nazi, posibilitando -se dice- que la Segunda Guerra Mundial termine un rato antes de lo que debería haberlo hecho. Y con otros resultados, claro.
El código Enigma tiene múltiples elementos reconocibles y asociables a un tipo de cine distinguible en ceremonias académicas. Una historia real (manipulada, claro está), una ambientación técnicamente irreprochable, un tema importante, un personaje al borde de lo freak (el Turing antisocial, antipático y obsesivo) pero a la vez víctima (homosexual perseguido por el Estado inglés), y actuaciones intensas y sentidas (Goode, Strong y Dance son los mejores). Y Tyldum no hace con estos materiales nada del otro mundo: mezcla siguiendo un programa más o menos conocido, construyendo un producto audiovisual que no ofende a nadie pero a la vez no apasiona en lo más mínimo. Es que es tanto el miedo que tienen estos realizadores a caer dentro de las garras del melodrama, que trabajan desde la distancia excediendo el tono. Así El código Enigma se convierte en una película que carece de nervio, que banaliza un poco la figura de su personaje principal (¡ay esos pases de comedia pícara con sus compañeros de trabajo) y que tiene una estructura atemporal un poco caprichosa (aunque la acerca al thriller), como para distraernos con esos truquitos del conservadurismo de su narración.
Seguramente El código Enigma guste más a quienes buscan el tema por encima de lo narrativo, es decir de eso que justifica el cine y lo convierte en un arte superior. Aún cuando sufre del Mal de Nolan (eso de explicar lo que está por pasar es un poco repetido en el film, como desconfiando del espectador), la película se sostiene dramáticamente porque en esa frialdad distante que maneja y en su falta de riesgo, hay también una reducción del nivel de ambición y pretensión. Al fin de cuentas tal vez no sea culpa de El código Enigma -y similares- sino de aquellos que las eligen como referencia, depositando en ellas mayor interés del que realmente deberían generar. El código Enigma es un drama simple y efectivo en sus propios términos, que a los amantes de las “basadas en hechos reales” les aporta una de esas historias singulares que la Historia ha producido de a montones, aunque uno extrañe una mirada más compleja sobre las implicancias políticas y sociales de las consecuencias en los actos de esos personajes y no tanto una simplona apología del diferente.