La guerra dilatada
No es un dato anecdótico tomar como referencia que el título original de este film, dirigido por el noruego Morten Tyldum, The Imitation Game, refleje el concepto del juego de imitaciones para introducir una trama que se bifurca entre el relato de espionaje clásico con el contexto de la Segunda Guerra a cuestas y un drama personificado en la figura que además de ser un genio de las matemáticas y visionario de la aplicación de esta ciencia a la informática era gay para la Inglaterra de los años 50, donde se consideraba a la sodomía como un delito hasta 1967.
Un juego de imitaciones entonces para construir desde un guión sólido a cargo de Graham Moore, quien tomó como punto de partida la novela del matemático activista por los derechos de los homosexuales, Andrew Hodges, aspectos para retratar el mundo de Alan Turing (Benedict Cumberbatch) protagonista de este film que fragmenta la historia en etapas que van desde los comienzos de los estudios de Turing hasta la convocatoria urgente por parte del Servicio Secreto británico para formar parte de un equipo de notables matemáticos y lingüistas y así encontrar las claves para decodificar los mensajes de la máquina alemana Enigma, pilar de la enorme potencia bélica de los nazis.
La trama del espionaje se constituye bajo los parámetros de la operación secreta y el proyecto propuesto por el mismo Turing para construir una máquina –para ello contó con la financiación de los propios británicos- que resolviera los acertijos de encriptación cambiantes cada doce horas, aspecto que los hacía indescifrables para la mente humana –incluido Turing y compañía- pero también por el entorno tanto de superiores como de colegas al existir las chances del agente encubierto o por ejemplo espía soviético infiltrado en las filas de la inteligencia británica.
Mientras Turing y equipo corrían contra reloj, las pérdidas de vidas humanas crecían de manera exponencial y bajo esa presión más allá de la propia estaba expuesto cada minuto de su vida en aquel entonces sin descuidar, claro está, su compostura e impostura frente al resto para no delatar su homosexualidad. Para marcar ese contraste entre la vida pública y la privada el personaje de Keira Knightley resulta esencial no sólo por representar a una mujer de carácter, sino por generar en el propio Turing emociones encontradas y mezcladas durante todo el metraje.
También aparecen en tensión aspectos del orden ético que chocan con las conductas o decisiones pragmáticas del protagonista a la hora de resolver la aplicación de su invención y los alcances que finalmente tuvo respecto al fin de la Segunda Guerra y la derrota total de Alemania, dato de relevancia más que por el carácter histórico por las consecuencias a nivel psicológico sufridas por el protagonista luego del gran hallazgo que cambió la historia del mundo moderno sin que él siquiera tuviese crédito.
En ese sentido, podría pensarse que El código enigma intenta de cierta manera reivindicar al personaje sin juzgarlo ni idealizarlo, pero se encarga de ubicarlo en perspectiva para que el espectador, guarde o no empatía, conozca las instancias dramáticas de un pasado trágico atravesado tanto por la crueldad de la guerra como por la intolerancia creada en gran parte por la ignorancia.
Tal vez allí se encuentre el argumento encriptado que con inteligencia, paciencia y estilo clasicista el realizador noruego Morten Tyldum nos propone resolver simplemente con los elementos y la información dosificadas para generar un equilibrio entre el suspenso y la emoción. Esas dos fuerzas que atraviesan El código enigma se sintetizan en una soberbia actuación de Benedict Cumberbatch, y se sostiene gracias al buen aporte de un elenco ajustado, donde se destacan Matthew Goode, Rory Kinnear, Allen Leech, Matthew Beard, Charles Dance, Mark Strong y la ya mencionada Keira Knightley.