La triste realidad
Lo que el cine no da, la realidad no presta. Al menos eso es lo que creemos aquellos que pensamos el cine de forma seria y analizamos las películas por sus elementos cinematográficos. “Basada en una historia real” se ha vuelto la frase detrás de la cual los mediocres se esconden cada vez más. ¿Qué dice sobre una película que esté basada en un hecho real? Nada, absolutamente nada. Si la historia que elige es fascinante, eso no dice nada sobre la película tampoco. Pero claro, funciona como chantaje al espectador. El espectador parece recibir claramente un mensaje: Ojo, esto tiene valor, eso es real. Una invitación al desastre, una invitación a no pensar el cine, a olvidar el cine, a convertirlo en un transporte de sustancias reales. Por suerte el cine es mucho más, por suerte los grandes directores, guionistas, productores, actores y demás realizadores cinematográficos, no siempre se rinden frente este chantaje y parten de historias reales para hacer obras trascendentes con vida propia. Este año, cuatro de las ocho nominadas a mejor película se basan en historias reales. Esto no le impidió a Clint Eastwood que Francotirador sea una obra maestra. Tal vez su éxito parta de la historia real, pero su calidad artística nace del que a Eastwood esa historia solo le sirve para desarrollar su mirada del mundo, su mirada del cine. Los ejemplos no son pocos, pero aun así, son minoría. El código Enigma (The Imitation Game) pertenece a la categoría triste de las biografías sin vuelo. Tomo a un genio, y creo que con eso solo hago una película genial. El público sabe que los hechos ocurrieron y con eso gano credibilidad. Qué forma realmente triste de entender el cine.
Pasemos a la película. El personaje protagónico es Alan Turing (Benedict Cumberbatch), matemático inglés que durante la Segunda guerra mundial formó parte del equipo encargado de descifrar los mensajes secretos de los nazis. Esa historia, es apasionante. Su lucha contra viento y marea para lograr que el gobierno confíe en él y en sus teorías aun no comprobadas, que sus propios compañeros de equipo lo integren y se pongan de su lado. Tres batallas que Turing libraba a la vez, sin saber si podría vencer en los tres frentes. Está bien eso, sin duda. Pero la película cree que profundizar en eso es una pérdida de tiempo, entonces convierte a El código enigma… en otra película! ¿En que la convierte? En chisme, en vida privada, en denuncia de las terribles y siniestras injusticias contra los homosexuales. No puede conformarse con que Alan Turing era un genio y cambió la historia de la humanidad, no, eso no sirve. Recuerdo ahora Lawrence de Arabia de David Lean, donde la homosexualidad del protagonista queda mostrada pero no ocupaba la primera fila. Y no está mal que la sexualidad del protagonista ocupe un espacio, incluso protagónico, pero se trata de dos films distintos. Y el director, que cuenta de forma entretenida la película, apuesta a la trama menos importante. La homosexualidad del protagonista podría aparecer en cartelitos –como de hecho lo hace- al final de la trama. Los flashbacks al pasado de Turing son otra desgracia. Al menos Cumberbatch y los demás no intentan imitar a nadie y actúan bien. Algo de oficio hace que la película avance, pero su mediocridad es abrumadora. Es nada. 8 nominaciones al Oscar son el único motivo para que se le dedique hoy tanto tiempo. Docenas de películas buscan eso año tras año, algunas lo consiguen. Es cine basado en hechos reales y las biografías son una plaga, que además sean tan festejadas, una mala señal para el presente del cine.