En el documental de Sergio Wolf, la caída de un meteorito en la región conocida como Campo del cielo en Chaco resulta una especie de enigma inasible que a la vez funciona como un proyectil. El proyecto narrativo de El color que cayó del cielo se concibe desde el impacto hacia el futuro:más que orígenes y procedencias, lo que rige es el recorrido y sobre todo el destino de ese cuerpo celeste cuya historia comienza cuando cae en manos de los hombres. A partir de ese momento, Wolf persigue sólo –y en todo sentido– lo estrictamente terrenal; desde la búsqueda del meteorito en Campo del cielo, pasando por los hombres que desean apropiárselo, hasta la cotización de los diferentes ejemplares en el mercado. Por eso es que es una película de disputas, de negociaciones y también de preguntas constantes, no en cuanto a la naturaleza o el espacio sino más bien acerca de la ley, de la propiedad y del problema de adueñarse de algo que, como dicen los mismos personajes, sólo pertenece al lugar de donde vino. La trama, entonces, se teje a través de una superficie que incluye protagonistas por momentos caricaturescos y referencias al género policial o detectivesco, pero que a la vez no deja de mostrar –justamente por el ocultamiento– la presencia silenciosa y casi mágica del meteorito.
Persiguiendo a los personajes, Wolf sale a buscar lugares, relatos, versiones y hasta precios. Pero esa aventura perimetral no llega a perderse sino que, al contrario, busca definir el estatuto de ese color que cayó del cielo y que ahora es un campo de fuerzas de deseo y de poder. Y es justamente eso lo que hace que la película sea, en sí misma, parte de esa red atravesada por la tensión que implica el tener que negociar, el encontrar un límite en el otro. Así, cuando se explica que el coleccionista Robert Haag no quiso ceder las imágenes del video en el que aparece registrado el cargamento en un camión del meteorito caído en Chaco, Wolf recolecta imágenes de otras filmaciones en las que se hace algo similar. El cine se vuelve parte del desafío, las imágenes negocian y se apropian de lo que desean mostrar.
Hacia el final, la cámara vuelve al meteorito y se detiene en planos detalle de diferentes piezas, donde recorre sus matices y relieves brillantes. En cierto modo, ese registro es un nuevo intento por apropiarse de un enigma y entonces caer en el abismo de la sinécdoque, que nos acerca al espacio a través de esa única pieza, que nos deja soñar con eso que no conocemos y que también, y sobre todo aquí, lleva implícito un valor económico. Por eso es que El color que cayó del cielo es, antes o además de un documental sobre un meteorito caído en Chaco, una gran historia sobre la ambición y sobre el destino del hombre y de los objetos en la tierra.