Un puente de hermandad desde la música
La película rescata a un eximio director que reconstruye una orquesta de músicos judíos y gitanos perseguida por una supuesta conspiración contra el régimen de Breznev. Muestra así como el arte permite comprender y revalorizar la historia.
Tras varios meses de postergación por cuestiones referentes a la actitud de algunos programadores en su relación con los llamados cines del interior, finalmente, y en dos queridas salas de nuestra ciudad se puede ver hoy, El concierto, film que desde su carácter de co producción (son cinco los países que financian este proyecto) apunta a marcar un puente de hermandad entre los diferentes estados europeos; tal como desde sus actuaciones como director de orquesta lo viene planteando el eximio Daniel Barenboim.
Al hacer memoria sobre films que se proyectan hacia un planteo similar, podemos pensar en Los unos y los otros de Claude Lelouch (vista con cortes en los meses del conflicto por las islas Malvinas) que reunía sobrevivientes de diferentes latitudes en un escenario montado en los jardines de la Torre Eiffel, en el que el recordado primer bailarín Jorge Donn nos ofrecía su versión tan distintiva del Bolero de Ravell. Casi diez años después, tras la caída del Muro y frente a los problemas de las nuevas fronteras entre el Este y el Oeste, el director húngaro István Szabó estrenaba Encuentro con Venus, cuya historia nos llevaba a ver cómo esos mismos conflictos se debatían en el interior de una orquesta, cuyo director, proveniente de la Europa del Este, viajaba a París invitado para dirigir el Tanhäuser de Richard Wagner.
En relación con El concierto, el film que hoy nos motiva briosamente a pensar ya en ver cómo el gran público también responde a estas propuestas, silenciada en parte por films tanques de Hollywood, invitamos a observar detenidamente el afiche. En él, en un plano anterior, frente a nosotros, vemos a un hombre de espaldas, que por su actitud y labor, pertenece al personal de limpieza. Detrás de él, una orquesta en plena función en un teatro que se reconoce en el film como el Bolshoi. Este hombre, cuyo nombre es Andrei Filipov, lleva sobre sus espaldas, tanto él como sus compañeros, el peso de la humillación y el desprecio, de la condena y el olvido.
En un mismo escenario su director, ya desde el afiche cuyo diseño fue igual en numerosos lugares de presentación del film, marca una historia, un puente, un nexo interrumpido por entre el presente y el pasado; más aún, si observamos que su mano, localizada sobre su espalda, sostiene una partitura. A nivel de refuerzo de la imagen, el haz de luz más dominante ubica y destaca su presencia. Desde este montaje, un tanto metafórico, su director de origen rumano, Radu Mihaileanu, nos invita a escuchar este relato que revisa conductas totalitarias, como las que debieron soportar entonces tanto este personaje como los integrantes de la orquesta que el tenía a su cargo; músicos de origen judío y gitanos acusados injustamente de conspirar contra el gobierno de Breznev, hacia 1980.
Pero un día, ya pasados treinta años de silencio, ante las continuas presiones y mandatos despóticos, Andrei Filipov tendrá una nueva oportunidad: una carta llegada de París. Tal como en su film más aplaudido, El tren de la vida, de 1998, aquí comienza a orquestarse una fábula que se proyecta hacia la revaporización de un ideario, en la que Andrei Filipov, eximio director de orquesta en aquellos años, desplegará nuevamente su conducta solidaria. Se trata ahora de reconstruir lo que fue entonces, de buscar, de volver a reencontrarse con aquellos músicos, integrantes de su orquesta, encarcelados, juzgados, y en algunos casos deportados y aniquilados en campos de exterminio.
No sólo vamos tomando conocimiento de esta historia colectiva a través de los diferentes hechos, que se vuelven auténticos núcleos de la acción dramática, sino también por el valor simbólico que representa el Concierto para violín y orquesta del siempre sublime Peter Tchaikovski. Será esta composición la que va a permitir volver a conectar la imagen de una batuta arrancada y quebrada para que la función se reanude. Y el mismo tema ayudará a develar una historia en la que entrarán en juego la primera violinista, Anne Marie Jacques, rol que asume una reveladora Mélanie Laurent y su asistente Guyléne de La Riviere, personaje que compone con mesura y expresión contenida la actriz Miou Miou.
El concierto es una construcción que plantea cómo a través del arte podemos llegar a comprender y revalorizar la historia de numerosos pueblos reprimidos y masacrados. Y es al mismo tiempo un reencuentro, una revelación, con la auténtica historia individual que permite conocer más la identidad de sus personajes, de poder llegar a preguntarnos quienes somos.
Film que se anima, en el turbulento escenario de la sociedad de hoy, movido por tensiones de poder y de una voraz economía, mafias, El concierto, a pesar de ciertos estereotipos, nos lleva a reconocer las voces y los planteos, los modos de narrar, tanto de Ken Loach como de Emir Kusturica, pensado este último desde ciertos coloridos y desmesuras, desde la alegría contagiante de la música y de la danza, desde el abierto humor y la desenfadada ironía.