Moscú no cree en lágrimas
Muy pocas veces nos encontramos ante un texto fílmico de la riqueza de lectura como la que plantea esta realización. Supera ampliamente a la historia relatada, atravesada por muchas o casi todas las variables o temas inherentes al estado de lo humano. Imponiéndose como un discurso, toma de posición del director, y es toda una declaración de principios.
Así podemos encontrar desde una feroz crítica al sistema capitalista imperante en el mundo entero, como también al comunismo tradicional, si es que habría otro.
El film comienza, y esto no es ingenuo, con un primer plano de unas manos que se mueven al compás de una melodía que estamos escuchando, tal cual un director de orquesta dirigiéndola, para luego la cámara abrir sobre el dueño de esas manos y entonces vemos a un director en esa tarea.
Este terminara siendo el primer engaño, salvando las distancias, diferenciándose de otras producciones que le mienten al espectador, y de esa manera manipulan los estados de ánimo de los mismos, lo que no sucede en este caso.
Al mismo tiempo de cumplir con la premisa de dar cuenta de un alegato, el realizador utilizando el recorrido casi lineal de la narración va introduciendo esas ideas que se le cruzan en la lectura de una realidad tan compleja y diversa como lo es actualmente la humana.
Es de esa manera que nos enfrentamos no sólo a cuestiones políticas y sociales, sino a la multiplicidad de construcción de las relaciones humanas y de sus interpretes.
Los temas, de profundidad de pensamiento, empiezan a enclavarse en el filme con un muy buen manejo del humor, en tono de comedia dramática, ya que creo que de otra manera se tornaría insoportable.
La misma sensación me produjo en su momento la producción italiana “Mediterráneo” (1991), de Gabrielle Salvatores, ganadora de premio Oscar a la mejor película de habla extranjera.
Ya desde su titulo “El Concierto” instituye una analogía de equivalencia entre los conceptos sociales y el sentimiento gregario, como del mismo modo la constitución del sujeto como unidad. Asimismo se podría pensar la construcción de éste film y del cine en general.
Todas y cada unas de las historias giran en derredor de una orquesta en particular y de la música en general, donde cada pieza es necesaria con un sólo objetivo, el llegar como un todo al momento sublime de la armonía. Como dice uno de los personajes, sólo en ese momento se concreta la utopía donde el objeto, (la melodía ejecutada y escuchada) es un bien común, le pertenece a todos. Luego, al finalizar, se acabó el romanticismo de la igualdad, el director, y en esta pieza elegida también el solista, se llevan la mayor parte de la gloria.
La producción narra la historia de un ex director de la orquesta del famoso Bolshoi de Moscú, en momento de apogeo de la “Orquesta Roja”, como se la conocía en el mundo entero, quien fuera calificado de traidor, destituido en su cargo y desprestigiado como persona, por el poder durante el gobierno de Leonid Brezhnev (Período 1977-1982) en la ex Unión Soviética.
De él son las manos que vemos al inicio del filme, pero décadas después y ahora cumpliendo funciones de limpieza en el mismo teatro. Mientras realiza su tarea por accidente llega a sus manos una invitación para que la orquesta del Bolshoi se presente en el Châtelet de Paris. Retiene la nota y considera la posibilidad de suplantar a la orquesta estable actual, reemplazándola por sus músicos integrantes desplazados en algún momento, con él como director, para ofrecer el concierto propuesto por el prestigioso teatro francés.
La idea loca es bien recibida de los ex integrantes de la orquesta del Bolshoi, resolviendo involucrarse y llevar adelante el proyecto. El grupo se integra con toda una variedad de personajes que conformarían desde sus propias características y orígenes una verdadera comunidad de naciones, desde rusos, los nuevos ricos y los otros, eslavos, franceses, gitanos, judíos. Todos construidos a partir de sus particularidades, en tono de humor, a veces satíricos, a veces melancólicamente, otras con una mirada cínica, por momentos parece un catalogo de clishés lo que podría molestar a algunos, pero en realidad es tal el afecto que tiene el director por sus criaturas que termina de dar por tierra con esa idea.
La primera parte nos va adentrarnos en las historias personales, y este sería el fragmento más trabajado desde el género de comedia, luego cuando empiezan a cerrar todas y cada una de las historias, el humor deja paso a los sentimientos, para lo cual no le fue necesario recurrir a los golpes bajos.
Sí quedan muy bien plasmadas cuestiones como la amistad, el amor, el poder, la culpa, el honor, el deseo, la nostalgia, la discriminación, lo moral y lo ético, el honor y la honra.
Como dato importante, en razón del cual se subraya con una análisis paralelo, es la elección de la música que van a ejecutar en el concierto, con el que cierra el filme. No sólo elige al gran compositor ruso Piotr Ilich Tchaikovski (1840-1893, sino que de él su concierto para violín y orquesta, ahora considerada como una pieza clave de la música en general y uno de los puntos más sublimes del periodo romántico. Su autor, ecléctico desde su producción, fue defenestrado por la mayor parte de sus contemporáneos y la crítica, particularmente su concierto para violín.
Claro que todo esto no podría ponerse en juego si no fuera por la selección de actores, todos con performances cercanas a lo perfecto, todos creíbles, ya sean actores reconocidos como los franceses Melanie Laurent (Lea y Ann Marie Jacquet), recordada por nosotros como la joven judía que explota el teatro en “Bastardos Sin Gloria” (2009), Francoise Berleand (Olivier Duplessis), el policía de la saga de “El Transportador”, la reconocida actriz Miou Miou (Guylene) y grandes actores rusos entre los que se destacan Aleksei Guskov (como el director Filipov) y Dimitri Nazarov (Sasha).
En relación a los rubros técnicos, son todos de una manufactura impecable, desde la dirección de arte hasta el diseño de sonido, pasando por el montaje.