Tocando por un sueño
El concierto (Le concert, 2009) es una entretenida comedia dramática que refleja los peores vicios del comunismo aunque sin caer en la solemnidad y con un buen manejo del humor frente a estos. El film de Radu Mihaileaunu, presenta alguna que otra situación poco verosímil, y ciertos efectismos para conmover que redundan, pero sale triunfante en su totalidad.
Andreï Filipov (Alexeï Gruskov) es un director de orquesta que fue retirado 30 años atrás de su profesión por el régimen comunista, acusado de traidor por formar una orquesta con músicos judíos. Hundido en la depresión y el alcoholismo trabaja ahora en el teatro ruso “Bolshoi” como empleado de limpieza, pero manteniendo candente su deseo de volver a dirigir. Es por dicho motivo que decide robar de la oficina del director un fax en el cuál el teatro “Chatelet” de Francia solicita a la prestigiosa orquesta del lugar para una función. Andreï convoca a su amigo Sasha (Dmitry Nazarov) y a su antiguo manager Iván Gavrilov (Valeri Barinov)-un fanático comunista que traicionó a Andreï en aquel momento- para armar nuevamente la antigua orquesta y, haciéndose pasar por la verdadera, cumplir su sueño de volver a dirigir.
El Concierto encara un diálogo con un pasado transcurrido 30 años atrás en la Unión Soviética y sólo desde ese cruce tiene sentido la historia de los personajes y su accionar. Este vínculo temporal encierra también un misterio que abre una historia paralela, la de la violinista Anne Marie Jacquet (Mélanie Laurent), convocada también por Andreï para el esperado concierto. La representación de esa historia es por momentos un poco explícita, sumando imágenes que no aportan mucho y le restan una sutilidad que hubiera resultado más acorde al film.
Pero lo que vale realmente destacar es el equilibrio que la película crea entre el drama y la comedia y si bien argumentalmente está propuesto ese juego, la efectividad de la línea humorística está dada principalmente por los actores. Sí están presentes los estereotipos: los judíos comerciantes, los gitanos que trabajan al margen de la Ley, el fanático comunista; pero siempre desde un lugar de respeto y no de burla. El director no muestra sólo aquellas facetas que le permiten la comedia, y con ello consigue verdaderos y efectivos personajes. Estos complementan la historia principal, si bien con escenas que no resultan tan creíbles pero que no dejan de hacer reír.
La música clásica tiene por supuesto un protagonismo especial en la película, es la cualidad transformadora de este arte lo que este film reivindica. Ese aura lo convierte en un factor clave dramáticamente. Radu Mihaileaunu arma una historia con situaciones y personajes disímiles, pero consigue armonizarlos de forma natural y obtiene un resultado ciertamente encantador.